miércoles, 28 de marzo de 2012

Debate sobre las relaciones entre la ciencia y la fe. La separación entre la teología y la filosofía.

Ciencia y fe

Por: Nelson Manrique (Sociólogo e historiador)

Una de las revoluciones culturales más importantes de la historia de la humanidad fue la separación, operada en Europa siglos atrás, entre la teología y la filosofía. Ella permitió la revolución científica tecnológica, el capitalismo y la conquista del mundo.

Durante la época medieval, la teología llenaba todo el espacio de la reflexión intelectual y nada existía por fuera de su imperio. De ahí que inclusive las disidencias políticas tuvieran que expresarse en el lenguaje religioso y aparecieran como herejías, siendo sancionadas como tales por la Inquisición. Ideas que ahora forman parte del sentido común científico, como que la Tierra no es el centro del universo y que gira alrededor del Sol, y no este alrededor de ella, fueron caracterizadas igualmente como herejías, porque eran incompatibles con la lectura teológica que de estos fenómenos hacían los sabios romanos y cualquier idea que saliera de este estrecho margen era un cuestionamiento a la Verdad misma. Eso le costó la hoguera a Giordano Bruno y la humillante retractación pública a Galileo Galilei. Le tomó cinco siglos a la Iglesia reconocer que Galileo tenía la razón.

Debemos a un pensador andalusí que escribía en árabe la gran revolución intelectual que nos llevó a la modernidad. Ibn Rushd, cuyo nombre fue castellanizado como Averroes, nació y vivió en Córdoba, la ciudad más esplendorosa de al-Andalus, la España musulmana, y de Europa en el siglo XII. Fue conocido como el Comentarista por ser el más grande especialista en Aristóteles, aunque solo una tercera parte de los más de 60 volúmenes que forman su producción está dedicada a los comentarios sobre El Filósofo, y el resto de su obra es original. Averroes realizó la proeza intelectual de separar la falsafa (así es conocida la filosofía en árabe) de la teología. Reivindicó la necesidad de un espacio autónomo de reflexión para las cosas terrenas, independiente de la teología, cuya materia de reflexión son las cosas ultraterrenales.

Durante la Edad Media, la escolástica –que constituye un método de reflexión intelectual, que viene a ser a la teología lo que el método científico es a la ciencia– era común al cristianismo, judaísmo e islamismo. Una de las mejores escuelas de escolástica funcionaba en Córdoba, célebre por su Escuela de Traductores, donde trabajaban juntos sabios judíos, cristianos y musulmanes, que salvaron para Occidente las grandes obras de la antigüedad clásica, griega y romana. Allá iban a formarse teólogos de toda Europa y ahí se formó Alberto Magno, convertido después en santo por la Iglesia. Su discípulo más destacado fue Santo Tomás de Aquino, quien realizó la proeza intelectual de cambiar las bases neoplatónicas sobre las cuales San Agustín edificó la reflexión teológica cristiana medieval, que fueron hegemónicas por un milenio, por las modernas bases neoaristotélicas. Y fue esta base filosófica la que permitió que durante el Renacimiento pudiera separarse la filosofía de la teología (como lo dijo Maquiavelo, la ética para ganar el cielo es distinta de la ética para ganar el poder).

Por una triste ironía de la historia Averroes, que tanto contribuyó al desarrollo de la tolerancia en Occidente, fue víctima de la reacción sectaria islámica provocada luego de la crisis de al-Andalus y hoy está olvidado en el mundo musulmán.

De la filosofía surgieron las ciencias positivas y de ellas derivó la superioridad tecnológica que le aseguró a Europa la hegemonía mundial. Pero el recorte de las atribuciones de la teología fue, como era de esperar, firmemente resistido por aquellos que usaban a la religión como un instrumento para asegurar su poder terrenal. Pero esto ya es una historia contemporánea.

El debate sobre las relaciones entre la ciencia y la fe viene pues de muy atrás, pero es especialmente pertinente en la controversia que mantiene la Universidad Católica con el cardenal Cipriani. La universidad constituye por antonomasia el centro de la reflexión científica y filosófica como los seminarios lo son de la teología. De ahí que la libertad intelectual no sea un simple adorno para la universidad, sino la esencia misma de su quehacer.

Fuente: Diario La República (Perú). Martes, 27 de marzo de 2012.

lunes, 26 de marzo de 2012

Proceso al régimen de los jmeres rojos de Camboya. Testimonio de Duch, antiguo director de un centro de torturas y exterminio.

La mecánica del genocidio

El régimen político más inhumano es el que decide qué es lo que le conviene al individuo y se lo impone a todos.

Por: Tzvetan Todorov. Semiólogo, filósofo e historiador de origen búlgaro y nacionalidad francesa.

Las grandes matanzas del siglo XX han suscitado un enorme volumen de publicaciones en las que se relatan historias individuales, en su inmensa mayoría las de las víctimas y los supervivientes. Los libros como Desde aquella oscuridad, en el que la periodista Gitta Sereny refleja sus entrevistas detalladas con Franz Stangl, el antiguo responsable de Treblinka, son excepción. Y todavía más infrecuente, e incluso imposible, es encontrar documentales que nos muestren a los autores de esos crímenes de masas comprometidos con la búsqueda de la verdad. Pero su interés salta a la vista. Oír hablar a las víctimas es desgarrador, provoca emoción y compasión, pero no nos enseña nada: las víctimas no son las responsables de esos hechos, sino quienes han sufrido, impotentes, la voluntad de otros. Si queremos comprender los desastres pasados, condición previa indispensable para cualquier intento de impedir que se repitan, lo que debemos hacer es acudir a quienes cometieron esos actos: ¿por qué hicieron esas cosas? ¿Cuál es el mecanismo que engendra el horror? ¿Cómo puede convertirse un hombre corriente en un verdugo de masas? Por desgracia, los individuos que podrían hacerse estas preguntas y buscar respuesta sin hacer concesiones son escasos; en su mayoría, no se consideran culpables en absoluto y concentran sus esfuerzos en buscarse excusas.

En 2009 se celebró en la capital de Camboya un proceso al régimen de los jmeres rojos por los crímenes cometidos durante su periodo en el poder. En el banquillo de los acusados, una sola persona de apellido Duch, antiguo director de un centro de torturas y exterminio, denominado S 21. El juicio, el primero de su tipo en aquel país, fue excepcional, entre otras cosas, por el hecho de que los archivos del centro están perfectamente conservados y, por tanto, permiten reconstituir de forma minuciosa su funcionamiento. Pero fue extraordinario también por la personalidad del procesado, que en ningún momento trató de eludir sus responsabilidades, sino que se reconoció culpable de un crimen abominable del que dijo arrepentirse amargamente y, a continuación, se comprometió a cooperar activamente con el tribunal.

A todos estos elementos, ya sustanciosos, se añade otro más muy positivo: el juicio originó varios libros de gran calidad, redactados por testigos que aclaran diversos aspectos de él, y, cosa aún menos frecuente, un documental sobre Duch. Su director, Rithy Panh, con el deseo de comprender más que conmover, se sumerge en el espíritu del verdugo y tiene el valor, o la prudencia, de no enmarcar el discurso de su personaje en el suyo de autor, sino de enfrentar directamente al espectador con el hombre que confiesa y analiza sus crímenes. El resultado es sobrecogedor.

Estos libros y este film permiten, ante todo, reconstruir el contexto en el que actuaban los jmeres rojos, una guerra civil (1970-1975) que causó 600.000 muertes, un país que padecía los bombardeos estadounidenses (cayeron en él casi cuatro veces más bombas que sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial), el ansia de libertad y justicia que engendró toda aquella violencia. Los testimonios relatan el proceso inexorable que se inició con la victoria de los comunistas en 1975 y prosiguió hasta 1979. La represión tuvo tres fases. Al principio, ejecutaron a todos los antiguos enemigos, pero también a los “desviados”: locos, discapacitados, leprosos. A continuación, expulsaron de las ciudades a todos los que no pertenecían a las nuevas clases privilegiadas de obreros y campesinos, es decir, los enseñantes, empleados, comerciantes, propietarios, y los enviaron a cavar canales y construir diques, con el argumento de que, para merecer formar parte del pueblo, necesitaban reeducarse. Un año después comenzó la tercera fase, la persecución de los “enemigos interiores”, una purga permanente que afectó a los propios revolucionarios y acabó con todos los sospechosos en prisiones especiales, como la que dirigía Duch, en las que los torturaban para que revelasen los nombres de sus “cómplices” y luego los ejecutaban. La vida de un enemigo no valía nada, y tampoco las de las personas más próximas a él: esposa, hijos, padres, amigos, colegas. Los presos eran “bolsas de sangre”: les sacaban toda la que tenían —con lo que morían de inmediato— y les practicaban una vivisección “para estudiar su anatomía”. Se calcula que el número de víctimas de aquellos cuatro años asciende a 1.700.000, aproximadamente el 20% de la población.

Antes de asumir su compromiso político, Duch era un personaje corriente, atento a los demás, aplicado en su trabajo, inteligente. Durante su periodo de jmer rojo, cometió crímenes extraordinarios y supervisó las torturas y ejecuciones de al menos 12.500 personas. Su paso de una cosa a otra se explica, más que por su pasado personal, por su relación con la historia colectiva: en este caso, no se trata de un monstruo individual. La fuerza que impulsó el régimen fue la ideología comunista llevada al paroxismo y sostenida por el ejército, que no se ha visto sometido a ningún proceso porque el tribunal solo juzga a individuos. Los dirigentes de los jmeres rojos se remitían a Marx, Lenin y Mao, a los comunistas franceses, país en el que varios de ellos habían estudiado. El objetivo era crear un hombre nuevo y una sociedad nueva, de manera que había que comenzar por destruir todo lo que existía. Privar a la persona de su familia, su casa, su profesión, incluso darle un nombre nuevo. La alternativa que se ofrecía a la población era adoptar la nueva fe con entusiasmo o someterse a ella por miedo al sufrimiento. La presión era tal que nadie podía superarla. Pero las reacciones fueron distintas: unos se negaron (y aceptaron morir), mientras que otros se sometieron (y aceptaron matar). En varias cárceles especiales, como la que dirigía Duch, se torturaba a los “sospechosos” para que revelasen los nombres de sus “cómplices” y luego se les ejecutaba de forma sistemática. Las “confesiones” extraídas a las víctimas permitían mantener la ficción de las conspiraciones, que debían servir para explicar los fallos económicos y justificar la dictadura, convertida en un fin en sí misma.

¿Cuál es el régimen político más inhumano?, se pregunta Rithy Panh, y responde: el que decide qué es lo que le conviene al individuo y se lo impone a todos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Fuente: Diario El País (España). 25/03/12.

viernes, 23 de marzo de 2012

El principio de igualdad frente a las creencias religiosas. La libertad de expresión ante el islam.

¿Una norma para Jesús y otra para Mahoma?

Desde el matrimonio homosexual hasta las admisiones en la universidad, la igualdad es esencial y, al mismo tiempo, complicada.

Por: Timothy Garton Ash. Catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford.

Las cosas sencillas pueden ser muy difíciles. La igualdad, por ejemplo. El Reino Unido tiene desde hace un par de años una cosa llamada la Ley de Igualdad, para promover ese concepto tan bueno. Ahora bien, cuando se empieza a mirar qué significa en la práctica, la cosa se complica.

He estado pensando en ello por cierta reacción que ha habido en los medios de comunicación a un diálogo que mantuve hace poco con Mark Thompson, director general de la BBC, para el proyecto que estamos llevando a cabo en Oxford sobre la libertad de expresión ( http://www.freespeechdebate.com/ ) [ http://freespeechdebate.com/en/media/mark-thompson-talks-religion/ ]. Después de hablar de la emisión en la BBC del musical Jerry Springer: The Opera, que levantó airadas protestas de los cristianos evangélicos porque se trata de una obra satírica que mostraba a Jesús como un bebé gigante y gruñón vestido con un pañal, le sugerí que a la BBC no se le ocurriría jamás emitir una sátira equiparable sobre el profeta Mahoma. Me contestó: “Creo que, en una palabra, la respuesta es que es verdad”.

Sus palabras las recogieron varios medios, en primer lugar The Daily Mail [ http://www.dailymail.co.uk/news/article-2106953/Christianity-gets-sensitive-treatment-religions-admits-BBC-chief.html#ixzz1p5gkq1eL ], y luego The Daily Telegraph, The Spectator y por lo menos una página web cristiana [ http://www.christian.org.uk/news/well-mock-jesus-but-not-mohammed-says-bbc-boss/ ], con titulares como “El director general de la BBC reconoce que al cristianismo se le trata peor” (Telegraph) [ http://www.telegraph.co.uk/culture/tvandradio/bbc/9107689/Mark-Thompson-BBC-director-general-admits-Christianity-gets-tougher-treatment.html ] y “¿Deberían matar los cristianos a Mark Thompson?” (Spectator) [ http://www.spectator.co.uk/nickcohen/7680573/should-christians-kill-mark-thompson.thtml ]. En Mail Online, un lector o lectora que se identificó como D. Acres de Balls Cross, West Sussex, colgó este comentario: “Este hombre es repugnante. Deberían colgarlo en una cruz. Eso le enseñaría a no faltar al respeto a su país y su fe cristiana”. Qué cristiano y qué patriota, este indignado o indignada de Balls Cross.

Le sugerí a Thompson que esta asimetría entre la forma que tienen los medios audiovisuales (no solo la BBC, y no solo en Reino Unido) de tratar al islam en comparación con otras religiones es consecuencia de la amenaza violenta de los extremistas musulmanes. Respondió: “Bueno, es evidente que es un factor importante... Protesto de la forma más enérgica posible es distinto de Protesto de la forma más enérgica posible y estoy cargando mi AK47 mientras escribo”. Se trata de un franco reconocimiento de una de las mayores amenazas contra la libertad de expresión que existen hoy en el mundo. La literatura clásica estadounidense sobre la libertad de expresión habla del “veto del saboteador”. Hoy nos enfrentamos al “veto del asesino”. Y es preciso resistir siempre contra esa intimidación violenta. Ceder ante ella no sirve más que para animar a otros a utilizar la violencia. Si creyeran que los ateos, cristianos, sijs o judíos somos capaces de cargar nuestros AK47, quizá misteriosamente se nos tendría más respeto.

Sin embargo, en su respuesta, muy meditada, Thompson mencionó otros dos motivos para que haya un tratamiento asimétrico. En primer lugar, mientras que el cristianismo es la religión establecida y “de anchas espaldas” de la mayoría de los británicos, el islam es una la religión de unas minorías étnicas vulnerables “que quizá se sienten ya aisladas en otros aspectos, víctimas de prejuicios, y que pueden considerar que un ataque contra su religión es otra forma de racismo”.

Segundo, como cristiano practicante, Thompson dijo que es preciso comprender el poder emocional de “lo que supone la blasfemia para alguien que es realista en sus creencias religiosas”. Las creencias religiosas no se pueden comparar sencillamente con proposiciones racionales como 2 + 2 = 4. “Para un musulmán, y quizá también para un cristiano, hay, como si dijéramos, cosas blasfemas o casi blasfemas que ellos pueden sentir casi como una amenaza violenta”.

Quiero dejar claro que no me parece que estos dos argumentos justifiquen la asimetría. Creo que la BBC debería tener la libertad de emitir un programa tan satírico como Jerry Springer: The Opera sobre el islam, que, por cierto, no sería verdaderamente una sátira sobre la religión, porque Jerry Springer: The Opera era una sátira sobre el programa de Jerry Springer y la cultura popular estadounidense, no sobre Jesucristo y el cristianismo. Y estoy convencido de que el principal motivo por el que la BBC y la mayoría de los demás medios se ponen más nerviosos cuando se trata del islam es la amenaza de la violencia.

Pero merece la pena detenerse a estudiar con seriedad esos dos argumentos, y ambos, en definitiva, están relacionados con la igualdad. No es intrínsecamente malo ni antidemocrático sugerir que se trate a los miembros de minorías desfavorecidas con una sensibilidad especial. La igualdad no significa, por ejemplo, que los encargados de las admisiones en Oxford, ante dos candidatos, el hijo de unos inmigrantes pobres que ha luchado para sacar a duras penas el bachillerato en una escuela pública, y el hijo de un millonario educado en Eton, tengan que decir: Sunder tiene peores notas y ha hecho peor la entrevista, así que está claro que debemos admitir a David. Lo que hay que preguntarse aquí es: ¿es cierto que los musulmanes siguen siendo una minoría vulnerable y desfavorecida en el Reino Unido? (Para complicar aún más las cosas, eso puede ser cierto en el conjunto del país, pero no en determinadas ciudades.) Y, en ese caso, ¿esta es la manera de mostrar especial sensibilidad?

Su argumento sobre la peculiar naturaleza de las creencias religiosas también nos remite a la igualdad. Desde un punto de vista empírico, es innegable que mucha gente siente con especial intensidad su fe religiosa. Pero eso no basta para que la fe tenga prioridad sobre la razón. Supongamos que yo siento la misma pasión sobre la realidad científica de la evolución que los cristianos o los musulmanes sobre la creación. ¿Por qué una política pública o un medio público de comunicación va a tener que proteger sus sentimientos más que los míos? La Ley de Igualdad británica indica que no deben hacerlo, con una definición deliciosamente enrevesada: “Fe se refiere a cualquier creencia religiosa o filosófica, y una referencia a la fe incluye una referencia a la falta de fe”.

Aunque es muy difícil, no debemos abandonar jamás la búsqueda de libertad para todos en igualdad bajo la ley. Todo el mundo tiene derecho a lo que el filósofo Ronald Dworkin llama “igual respeto y preocupación”. Eso no significa tratar a todos de la misma forma en cualquier circunstancia. Pero, cada vez que oigan a alguien (incluidos ustedes y yo) defender un tratamiento distinto de alguna cosa, busquen una linterna y examínenlo con más detalle. El mismo cristiano evangélico que se queja de tratamiento injusto en la BBC se opondrá ruidosamente al matrimonio homosexual. El mismo liberal europeo que asegura con pasión que los periódicos deben tener libertad para publicar caricaturas de Mahoma defenderá unas leyes que penalizan la negación del genocidio. Los dobles raseros son las señales de alarma de una sociedad libre.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Fuente: Diario El País (España). 19/03/2012.