domingo, 9 de enero de 2011

Turquía y su lazo con Europa. Entre el modelo occidental y la identidad oriental.

¡Ah! ¡Otra vez Europa!

El sueño de formar parte de Occidente se está desvaneciendo para Turquía. Es una nación dinámica con una sociedad civil fuerte y que observa cómo la UE está cada vez más confundida sobre sus problemas internos.

Autor: Orhan Pamuk
Escritor turco, premio Nobel de Literatura 2006, es autor, entre otros, de El libro negro, Me llamo Rojo y Estambul. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.


En los libros de texto de cuando yo era niño, en los años cincuenta y sesenta, Europa era una tierra de promesa y de leyenda. Es cierto que, al construir su nueva república sobre las ruinas del Imperio Otomano, que había quedado aplastado y fragmentado en la I Guerra Mundial, Mustafá Kemal Ataturk luchó contra el Ejército griego, pero después, con el apoyo de sus propios militares, introdujo numerosas reformas de modernización social y cultural que no eran antioccidentales sino todo lo contrario. Para dar legitimidad a dichas reformas, que contribuyeron a reforzar a las clases dirigentes del nuevo Estado turco (y fueron objeto de contención en Turquía durante los 80 años siguientes), nos pidieron que adoptáramos e incluso imitáramos un sueño europeo occidentalista y lleno de optimismo.

Los manuales escolares de mi niñez eran textos diseñados para enseñarnos por qué había que trazar una línea entre Estado y religión, por qué había sido necesario cerrar las logias de los derviches y por qué habíamos tenido que abandonar el alfabeto árabe para adoptar el latino y, al mismo tiempo, estaban llenos de preguntas que pretendían desentrañar el secreto del poder y el éxito de Europa. "Describe los fines y los resultados del Renacimiento", preguntaba el profesor en el examen. "Si en nuestro suelo hubiera tanto petróleo como en los países árabes, ¿seríamos tan ricos y modernos como los europeos?", decían los más ingenuos de mis condiscípulos.

En mi primer año de universidad, cuando surgían en clase esas preguntas, todo el mundo se preguntaba, preocupado, por qué "nunca tuvimos una Ilustración". El pensador árabe del siglo XIV Ibn Haldun decía que las civilizaciones en declive se mantenían vivas imitando a sus vencedores. Como los turcos no han sido jamás colonizados por una potencia extranjera, la tendencia a "venerar Europa" o "imitar a Occidente" nunca ha tenido los matices condenatorios y humillantes que describen Franz Fanon, V. S. Naipaul o Edward Said; mirar hacia Europa era un imperativo histórico o incluso una cuestión técnica de adaptación.

Pero ahora este sueño de una Europa maravillosa, que era tan poderosa que incluso nuestros pensadores y políticos más antioccidentales creían secretamente en ella, se ha desvanecido. Tal vez sea porque Turquía ya no es tan pobre como antes. O quizá porque ya no es una sociedad campesina gobernada por el Ejército, sino una nación dinámica con una sociedad civil fuerte... Y en los últimos años, por supuesto, ha influido el hecho de que se hayan frenado las negociaciones entre Turquía y la Unión Europea sin que haya una solución a la vista. Ni en Europa ni en Turquía existe una esperanza realista de que se produzca la incorporación a la UE en un futuro próximo. Reconocer que hemos perdido esta esperanza sería tan demoledor como ver que las relaciones con Europa se rompen por completo, por lo que nadie ha tenido valor ni para pronunciar esas palabras.

Que Turquía y otros países no occidentales están desencantados con Europa es algo que sé por experiencia propia, por mis viajes y conversaciones. Una de las principales causas de tensión entre Turquía y la UE fue sin duda la alianza establecida por un sector del Ejército turco y varios grandes grupos de comunicación con los partidos políticos nacionalistas, con el consiguiente éxito de su campaña para sabotear las negociaciones de ingreso.

Esa misma iniciativa es la que desencadenó la persecución que sufrimos muchos escritores, yo incluido, y provocó los tiroteos contra otros y el asesinato de misioneros y sacerdotes cristianos. Además están las reacciones emocionales, cuya importancia se comprende sobre todo si se piensa en el ejemplo de Francia: durante el pasado siglo, sucesivas generaciones de la élite turca han seguido el modelo francés y se han inspirado en su interpretación del laicismo y en su forma de entender la educación, la literatura y las artes... Por eso, que Francia se haya convertido, en los últimos cinco años, en el país que con más vehemencia se opone a que Turquía entre en Europa ha sido tremendamente decepcionante y desgarrador.

Sin embargo, la mayor desilusión en los países no occidentales, y en Turquía, la constituyó la participación de Europa en la guerra de Irak. El mundo vio cómo Bush engañaba a Europa para que se uniese a esa guerra cruel e ilegítima y cómo Europa se había mostrado muy dispuesta a dejarse engañar.

Al observar el panorama de Europa desde Estambul o más allá, lo primero que se ve es que Europa (como la Unión Europea) está confundida sobre sus problemas internos. Es evidente que los pueblos europeos tienen mucha menos experiencia que los americanos en vivir con personas que tienen una religión, una piel y una identidad cultural diferentes de las suyas, y que no acogen de buen grado la perspectiva; esa resistencia hace que los problemas internos de Europa sean más difíciles de resolver. Los recientes debates sobre integración y multiculturalismo en Alemania son un buen ejemplo.

A medida que se intensifique y se extienda la crisis económica, es posible que Europa se vuelva sobre sí misma y logre así posponer la lucha para proteger lo "burgués", en el sentido que da Flaubert al término, pero eso no resolverá el problema. Cuando veo Estambul, que cada año es un poco más compleja y cosmopolita, y que ya atrae a inmigrantes de todos los rincones de Asia y África, no me cuesta nada llegar a esta conclusión: no es posible mantener indefinidamente fuera de Europa a los asiáticos y africanos pobres, desempleados e indefensos que buscan nuevos lugares para vivir y trabajar. Construir muros más altos, endurecer los requisitos para los visados y aumentar el número de barcos que patrullan las fronteras son medidas que solo servirán para aplazar el momento de la verdad. Y lo peor es que la política anti-inmigración y los prejuicios están destruyendo ya los valores fundamentales que constituyen la esencia de Europa.

En los libros de texto de mi infancia turca no se hablaba de democracia ni de los derechos de las mujeres, pero en los paquetes de Gauloises que fumaban (o eso creíamos) los intelectuales y artistas franceses, estaban impresas las palabras "liberté, égalité, fraternité", y esos paquetes tenían una gran circulación. Fraternité se convirtió en el símbolo del espíritu de solidaridad y resistencia que promovían los movimientos de izquierda. Sin embargo, mostrarse hoy crueles ante los sufrimientos de los inmigrantes y las minorías y hostigar a los asiáticos, africanos y musulmanes que están viviendo con dificultad en las periferias de Europa -incluso culpándolos de todos los males- no es "fraternidad".

Es comprensible que Europa sufra ataques de ansiedad e incluso pánico en su intento de proteger sus grandes tradiciones culturales, beneficiarse de las riquezas que busca con codicia en el mundo no occidental y conservar las ventajas obtenidas a lo largo de tantos siglos de lucha de clases, colonialismo y guerras intestinas. Ahora bien, para protegerse ¿es mejor que Europa se vuelva sobre sí misma, o tal vez debería recordar sus valores esenciales que en otro tiempo la convirtieron en el centro de gravedad de todos los intelectuales del mundo?

Fuente: Diario El País (España). 09/01/2011.

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