sábado, 26 de octubre de 2013

Entrevista a la filósofa francesa Judith Revel. Foucault, biopolitica, democracia e indignados.

Judith Revel: “El filósofo de hoy debe negarse a hablar en lugar de los otros”

La intelectual francesa, una especialista en la obra de Foucault, visitará la Argentina a principios de noviembre. En esta entrevista habla de la biopolítica como objeto de estudio, de los movimientos sociales y del derrumbe de las democracias europeas. “No me interesan demasiado las utopías. Me interesa más el proyecto de la reinvención aquí y ahora”, sostiene.

POR HÉCTOR PAVÓ
La filósofa francesa Judith Revel no tiene una tarea sencilla. Prosigue el camino de los pensadores franceses e italianos, los reelabora y además genera ideas propias. Dialoga con ambas tradiciones europeas, las pasa por el tamiz marxista y foucaultiano y arriesga interpretaciones de la vida política global; la misma que le permite llegar a Brasil o a la Argentina y entender lo que ocurre en estos escenarios. 
Revel centra sus investigaciones actuales en la biopolítica, los movimientos sociales y nuevas formas de subjetividad política.
Es Maestra de conferencias en la Universidad de París I, miembro del laboratorio Filosofías contemporáneas; miembro del Bureau scientifique du Centre Michel Foucault. Precisamente es especialista en Foucault sobre quien ha escrito libros como elDiccionario Foucault (NuevaVisión). 
En noviembre vuelve a Buenos Aires a dictar un curso en la Universidad Nacional de San Martín en el ciclo "¿Qué hacer con Marx?", titulado "Trabajo, producción: de Marx a Foucault". Se realizará del 4 al 7 de noviembre en el Campus Miguelete-UNSAM. En su última visita a Buenos Aires concedió esta entrevista. Didáctica, serena y de mirada profunda habló de la contemporaneidad atravesada por la biopolítica.  
¿Por qué cree que la biopolítica se ha vuelto un objeto de estudio estos últimos años en Europa y aquí en Sudamérica?
Por un lado, creo que Foucault expresa la idea de que no se puede hablar del poder en general y siempre hay que historizar y ubicar geográficamente al poder y que hablar del poder desde el fin del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX designa algo en lo que todavía estamos, que sigue siendo nuestro propio presente y donde las modalidades del gobierno, la gobernabilidad que emerge, no tiene nada que ver con la gobernabilidad anterior. Y esta gobernabilidad está ligada fundamentalmente a las condiciones que están cambiando de producción, o sea, a la aparición de un nuevo paradigma de la economía política. Historizar, en el momento en que lo produce Foucault, en los años 70, le valdrá críticas extremadamente violentas de parte de quienes, en la filosofía política consideran el poder como una entidad o una cosa trans-histórica, por ejemplo todo el Marxismo ortodoxo en 1970. Y me parece que es un gesto que se puede recuperar hoy porque la cuestión de Foucault es: debemos analizar nuestro propio presente para ver en qué difiere de los momentos presentes que lo precedieron; eso plantea la pregunta de la actualidad y la pregunta de los poderes, no del poder –que no existe- sino de las relaciones de poder. La fortuna de la bio-política está en ese gesto y está también en la idea de Foucault de que el surgimiento del liberalismo económico exige como condición de posibilidad una puesta a trabajar de la vida, esa idea sigue siendo bastante ampliamente verificable hoy, incluso se complejizó, se modificó también en parte –sigue existiendo hoy pese a que las condiciones de la producción cambiaron. El segundo nivel son los efectos de las lecturas. Después de la muerte de Foucault, a partir de mediados de 1990, dos pensadores tuvieron un enorme éxito en particular en América Latina: uno es Agamben el otro es Esposito. Yo soy bastante escéptica respecto de las lecturas de uno y otro de la vida política porque creo que ellos biologizan demasiado la vida allí donde Foucault entiende la vida social y política. Segundo, creo que tanto uno como el otro pierden de vista la importancia de la periodización histórica. Foucault habla de un momento histórico determinado, de una condición de la producción determinada, de un contexto económico determinado, de modo que hace la genealogía, remonte, llega hasta el siglo XX desde el siglo XIX, el hace la pregunta de nuestro propio presente. Es totalmente ajena a él la idea de hacer de la biopolítica un instrumento que puede llevar a pasear por la historia, la Edad Media, la Antigüedad, etc. Y en las lecturas de Esposito y de Agamben tengo la impresión de que, de manera diferente en uno y otro, hay una relativa des-historización de este concepto de bio-política que pasa a ser un concepto que se aplica a todo. Y paralelamente hay una biologización o una naturalización de esta idea de “bios” que para Foucault es totalmente política, económica, cultural, epistemológica, social.
Pero entonces, ¿cómo define usted la biopolítica?
La bio-política nombra la manera en que entre el fin del siglo XVIII y el comienzo del siglo XIX las relaciones de poder se aplicaron de diferente manera a la vida. En realidad, hasta el fin del siglo XVII –dice Foucault–  el ejercicio del poder se aplica  a los sujetos, hombres y mujeres cuya vida no es reconocida como valor. Entonces, cuando se intenta hacer respetar un poder se puede tranquilamente suprimir una vida para dar el ejemplo. Castigar tiene siempre un valor de ejemplo. Es un acto que es siempre arbitrario pero parte del principio de que la vida en sí no vale mucho, no vale nada, no demasiado. Lo importante es entonces el efecto de miedo o de terror que permite al soberano hacerse respetar. A partir del momento que se implementan condiciones de producción diferentes que van a corresponder a la industrialización progresiva de las manufacturas en el siglo XVII cada vez se necesita más mano de obra y a partir de ahí los hombres y las mujeres comienzan a tener un valor porque el cuerpo ya no puede ser eliminado como si no importara porque los cuerpos son la fuerza de trabajo y la fuerza de trabajo permite la producción. Y todos los análisis de la economía clásicos dicen que el valor de cambio de un producto no es el producto en sí, es la cantidad de trabajo que ha sido incorporada a ese producto. Es la gran lección de Adam Smith y Ricardo. Ya no se pueden suprimir con tanta liviandad y sin consecuencia los hombres y las mujeres porque sus vidas son su fuerza de trabajo. La idea de Foucault es muy simple: a partir del momento en que emerge ese tipo de paradigma es mejor modificar el tipo de gobernabilidad, la forma en que se gobierna a los hombres y las mujeres, y pasar de un paradigma de la sumisión a un paradigma que él llama de la vigilancia. Vigilar y castigar. Y en esa vigilancia no está solamente la idea de que no se pueden suprimir, sino la idea de que hay que domarlos, amaestrarlos, el término de Foucault es muy fuerte, educarlos que hace falta una anatomía política para tratar de conformar sus cuerpos con respecto a las exigencias del trabajo. De modo que hay que construirlos con respecto a las exigencias del trabajo. Ese es el primer sentido del término bio-política. Es interesante –al menos a mí me interesa- es que el problema no se planteaba para los esclavos, porque cuando había esclavos se los podía matar tranquilamente porque la reserva de mano de obra esclava se creía que era infinita.  O sea que si se los eliminan el riesgo es que la producción se frene. En los archivos de las fábricas del siglo XIX existe esa preocupación en los años 1830 –pero también lo encontramos en Marx- ese peligro de la extinción. Si se los destruye demasiado, no habrá más. Y si no hay más, se acaba la producción porque no quedará nadie para trabajar en las fábricas. Ese es un primer sentido y hay un segundo sentido que es que antes de ese cambio del paradigma del gobierno, paradigma de la administración de los hombres y las mujeres en función de las necesidades de la economía, antes del surgimiento de lo que Foucault llamará una economía política liberal –que será la biopolítica- el instrumento de la soberanía para hacerse respetar era la norma jurídica. La norma jurídica era la expresión de la soberanía, era la que decía lo que era posible, lo que era imposible, lo que era lícito, lo que era ilícito. A partir del momento que lo que se quiere obtener de la gente no es su obediencia, no sólo su obediencia, sino el hecho de que produzcan –Foucault dice que se quiere obtener de los hombres y las mujeres prestaciones productivas en el trabajo- hay que plantearse el problema de cómo volverlos más eficaces todavía. Y muy pronto –dice Foucault- en ese giro biopolítico se toma conciencia de que alimentando mejor a la gente, haciéndose cargo de su salud, haciéndose cargo de la demografía, haciéndose cargo de las condiciones de vivienda, etc., se toma conciencia de que los trabajadores en las estructuras de fábrica se vuelven más eficaces. Hacerse cargo de la vida de la gente es caro. Pero al mismo tiempo, no hacerse cargo de la vida de la gente, hace que la producción sea menos eficaz, hay menos productividad y por ende hay menos plusvalía, o sea ganancia. El cálculo pasa a ser un cálculo de equilibrio: lo que se invierte en la vida de las personas para que sean mejores en la producción y los beneficios de la producción propiamente dicha. Este tipo de cálculo –dice Foucault- corresponde a una extensión del poder fuera del tiempo de trabajo en el sentido estricto. La gente trabaja ocho horas –en esa época no eran 8 horas, se trabajaba 12, 14, 16 horas- pero en realidad se toma a cargo su vida fuera del lugar de la fábrica y fuera del horario de trabajo para poder garantizar que trabajaran menos durante el tiempo de trabajo. Por ejemplo, al final del siglo XVIII en algunos puertos ingleses se procede a la instalación de dispositivos que controlan los lugares de placer, las casas de tolerancia, los prostíbulos y la distribución de las bebidas alcohólicas los sábados y domingos. Porque si los hombres beben demasiado y se pescan enfermedades venéreas son menos eficaces el lunes por la mañana y en general tienen menos salud y sus problemas de salud bajan su rendimiento productivo. Foucault dice que se ven desarrollarse políticas que son políticas filantrópicas, de tomar a cargo la vida y aspectos de la vida, de la existencia material muy concretos –no tiene nada que ver con la vida biológica y que tienen que ver con ámbitos que nunca habían sido abordados por las relaciones de poder hasta ese momento, y que son la alimentación, la demografía, la sexualidad, etc. Y esa extensión de los poderes a la vida, es lo que Foucault llamará biopoderes. Los poderes comienzan a interesarse en la vida como condición de la productividad, solamente como condición de la productividad.
¿Podemos decir que la crisis de Europa produjo nuevos sujetos para analizar desde el punto de vista de la biopolítica?
Sí, creo que sí. Pero creo que esos nuevos sujetos desde el punto de vista político existían antes de la crisis. La crisis los hizo emerger, los volvió más visibles, pero existían mucho antes de 2007-8. En Europa hubo un cambio a partir de mediados de los años 70, comienzos de los años 80. Hay un cambio de paradigma en la producción –no se trata solamente de un cambio europeo, es un cambio mundial y consiste en dos cosas: en primer lugar, hay una flexibilización del trabajo muy grande que corresponde al mismo tiempo al hecho de que se le pide a la gente que sea capaz de modificarse a sí misma en función de las ofertas de trabajo –o sea que se exige a las personas una adaptación permanente a la oferta de trabajo, o sea un trabajo sobre sí mismo, una metamorfosis o modificación de sí mismo, primera cosa; y segunda cosa: esa flexibilización tiene que ver enormemente con el tiempo de trabajo. En toda la organización clásica del trabajo en todo el paradigma de la producción el horario podía ser más o menos largo pero era considerado como un bloque de tiempo en el tiempo de la vida: 14 horas en el siglo XIX, 8 horas hasta hace unos años, ahora 7 y monedas, ya que estamos en 35 horas semanales. Ahora con la flexibilización se le pide a la gente que trabaje por pequeños fragmentos de tiempo en el tiempo de la vida. Es evidente que cuando usted trabaja dos horas a la mañana, después no hace nada, después vuelve a trabajar dos horas, entre esos momentos del trabajo, el tiempo de su vida es un tiempo vacío, y eso crea efectos que son efectos de sufrimiento y de desarticulación del tiempo de la vida que son muy grandes. En Francia hace dos años –duró un año y medio- 2010-2011, hubo una ola de suicidios en Telecom. Y los suicidios no correspondían a gente de nivel bajo sino a gerentes, o sea personas que se ganan bastante bien la vida y tienen sus derechos garantizados pero que estaban sometidos a procesos de flexibilización enormes. Y por lo tanto la tensión que generaba esa nueva organización del trabajo era tal que no podían soportarla, de ahí los suicidios. Esa patologización es muy clara y no corresponde al tiempo de la crisis, es anterior. Hay una segunda cosa: cada vez se desarrollan más formas de trabajo, no diría trabajo inmaterial, porque el trabajo inmaterial no existe, siempre hay elementos inmateriales en el trabajo material y siempre hay elementos materiales en el trabajo inmaterial- se desarrollan formas de trabajo que llamamos cognitivo y son formas de trabajo que implican elementos que son elementos de relación, elementos lingüísticos, elementos informáticos, etc.  -el tele-trabajo, conmutadores, de servicios- todo eso es trabajo inmaterial. De mis alumnos en la Sorbona, el 75% trabaja, y los trabajos que les proponen a los estudiantes son o bien horarios flexibles de tipo McDonald’s, donde les proponen trabajar por pequeños tramos, o el trabajo de telefonía que pueden hacer en su casa. Responden a usuarios en servicio en una plataforma Internet, diciéndoles: es totalmente compatible con su tarea de estudiantes ya que pueden hacerlo en su casa. En realidad, trabajar en la casa significa que uno se convierte en el propio controlador de su trabajo, y como se cobra por tarea, por rendimiento, y no por horario de trabajo, si no se llega a hacer. Se pueden pasar las noches,  las tardes –desarticula la oposición entre tiempo de trabajo y tiempo de vida. Esto es anterior a la crisis e hizo surgir sujetos que son sujetos precarios –precarios en sus contratos de trabajo pero precarios también en esta especie superposición, la vida puesta en el trabajo y la vida para sí. Y esa tensión entre la vida puesta en el trabajo y la vida para sí es uno de los leitmotiv que surgieron con mucha fuerza en Francia en particular a comienzos de los 2000. Es parte de la protesta que se llamó “Los intermitentes del espectáculo” –son todos los trabajadores que trabajan en la economía del espectáculo: teatro, cine, etc., que decían justamente: nosotros estamos en una situación particular: nos pagan por una película, o por una obra de teatro o por un concierto pero el tiempo pasado entre la película, la obra o el concierto es un tiempo de preparación para el teatro o el concierto. O sea que pasamos toda la vida trabajando en lo que va a ser el momento de la representación. Nos pagan solamente por el momento de la representación pero todo el trabajo previo de preparación, de elaboración, es trabajo gratuito. No tenemos horario preciso. Lo interesante es que esa reivindicación que era corporativa, sectorial poco a poco se convirtió en la reivindicación de todos los precarios que dicen: nos pasamos todo el tiempo trabajando porque no tenemos horario y la forma de la explotación actualmente es esa desarticulación del tiempo de trabajo y esa extensión del tiempo de trabajo sobre el tiempo de la vida. En esa coordinación que se instaló entre los intermitentes y los precarios del espectáculo en Francia –que fue muy fuerte como movimiento social- asistimos a una suerte de federación no corporativa de todos los precarios detrás de la consigna: “Quiero que mi vida sea pagada porque en este momento toda mi vida está puesta en el trabajo”. Y eso fue muy fuerte en Francia.
Usted analizó la situación de la periferia de París en el año 2005 con el concepto de biopolítica como herramienta. ¿Qué encontró allí?
Yo enseñaba un Liceo en la periferia y era un liceo considerado difícil y yo enseñaba filosofía en condiciones bastante violentas. Y en el momento en que llegué, en 2004, había una violencia que era una violencia no expresada y en 2005 se produjo la revuelta. Se olvida generalmente que la gente que vive en la periferia, que en general es gente de origen inmigrante, pero que es gente de origen inmigrante de segunda, tercera o cuarta generación. Son ciudadanos franceses. Yo tengo cuatro abuelos: 3 son de origen extranjero y yo soy francesa. En la periferia, el hecho de ser francés no significa tener derechos, ser ciudadano pleno. Y esa percepción pasó –en 2005- por el hecho de que los estudiantes me decían: ustedes los franceses. Y yo les decía: ustedes también son franceses, pero ellos me respondían: pero usted tiene derechos. Y creo que esa fractura, que es social, se está ahondando cada vez más. Y cuanto más se la deja profundizar, más fenómenos de radicalización, de violencia, de patologización de los comportamientos, cantidad de depresiones, casos de anorexia en las jovencitas, hay tanto sufrimiento que las personas no resisten, no soportan las condiciones de vida. Por un lado está eso y también el hecho de que se está construyendo un terreno propicio, favorable a todos los extremismos religiosos. Los extremismos religiosos son son sumamente marginales en Francia actualmente. Digan lo que digan, sigue siendo sumamente marginal; el Islam francés existe, es masivo y no es radical. Es un Islam totalmente integrado a la cultura francesa, como tenemos un cristianismo francés, un judaísmo francés, etc. Pero en las zonas de no-derecho, las zonas de desesperación social cuando llega un grupo, un grupito pequeño, de extremismo religioso y dice “les devolveremos la dignidad” “les devolveremos una identidad” “les devolveremos esperanzas”, etc. es evidente que en este terreno de desesperación social, son más escuchados. Allí donde falta el Estado, las políticas públicas, pueden llegar a desarrollarse radicalismos que, repito, en la actualidad todavía son muy marginales. La desesperación social siempre es terreno propicio para salir de la democracia. Cuanta más desesperación social hay, más peligra la democracia. Y es lo que ocurre en la periferia en Francia en la actualidad.
¿Qué futuro imagina para  movimientos sociales como el de los Indignados? 
En Europa se experimentaron varias cosas. Se experimentó una crisis muy fuerte de la representación política. Desde hace varios años, en Europa se tiene la impresión de que este sistema de la representación política democrática se agota y que da lugar a configuraciones sumamente incómodas desde el punto de vista de la democracia propiamente dicha. Dos ejemplos: elecciones de 2002 en Francia, en la segunda vuelta, en lugar de tener un candidato de izquierda y uno de derecha, como siempre, se dio entre un candidato de extrema derecha: xenófobo, antisemita, antiparlamentario, anti-derechos y un candidato de derecha Jacques Chirac. Es decir, un candidato democrático de derecha y un candidato de extrema derecha muy peligroso para la democracia. ¿Qué hicieron los franceses, qué hice yo? Fui a votar para defender la democracia. Fui a votar por Jacques Chirac que fue electo con un 82% en la segunda vuelta. Por supuesto que había que votar para defender la democracia. Al mismo tiempo, plantea un problema. ¿Qué es esa representación política en la democracia que me dice: tenés que votar por alguien que no corresponde a tus ideas políticas, sociales, económicas, culturales para poder defender la democracia? ¿Qué democracia es ésta que dice: tenés que votar por otro y no por tus ideas para defender la democracia? Y eso es un verdadero problema. Segundo ejemplo: viví mucho tiempo en Italia. Tuvimos 14 años de gobierno Berlusconi que fue un gobierno profundamente corrupto –económicamente, jurídicamente, etc. Cuando Berlusconi abandonó el poder, grandes porciones de la derecha y de la izquierda italiana querían que Berlusconi se fuera. Hasta el mundo empresario decía: no puede ser. Hace mal económicamente al país. Hasta la derecha liberal no quería a Berlusconi. Por lo tanto, Berlusconi se va. A todos nos alegró que Berlusconi se fuera, pero luego vino un gobierno tecnócrata que es un gobierno formado por especialistas para tratar de salvar la economía italiana, cuando en realidad era un gobierno que tuvo como jefe a Mario Monti, un hombre que pertenece a la banca que provocó la crisis. Es una paradoja. En Grecia igual: el hombre que salvó a Grecia, el jefe del gobierno griego, es un hombre que viene de Goldman Sachs. Goldman Sachs es uno de los bancos que provocó la crisis. Por eso yo digo que en Europa –y en eso pienso que es diferente de América Latina- hay una sensación de agotamiento de las formas de la representación política. El hecho de votar por un gobierno hoy ya no garantiza las condiciones elementales de la democracia. ¡Cuidado! No dije que Europa no era democrática. Europa es democrática. Pero da la sensación que la forma histórica de la representación democrática que es una de las formas de la democracia se agota. Eso no quiere decir que hay que salir de la democracia. Quiere decir que hay que plantearse el problema de otras posibilidades de articulación de la democracia. Creo que los Indignados o los movimientos Occupy dicen a su modo: nosotros querríamos poder decir algo de la situación. Querríamos no ser representados por hombres que no nos representan sino poder hablar, somos el 99%. Nos gustaría poder, por ejemplo, puesto que somos el pueblo, ocupar el espacio público, lo público somos nosotros, lo público es el Estado pero nosotros somos el Estado. Hoy por ejemplo en las democracias se considera que estas protestas son algo que no se tiene derecho a hacer. No se puede ocupar un lugar público y eso plantea el problema de ese divorcio entre la esfera pública –que es percibida como la esfera del Estado- y la esfera de la gente. Y cada vez más, la gente dice: nosotros somos –y la palabra que circula mucho en este momento y en la que han trabajado desde el punto de vista filosófico, teórico -es el término Común. Común es lo que no pertenece a uno solo y no pertenece tampoco al Estado una estructura separada. El Común pertenece a todos en común, y no al Estado porque en definitiva sería como que el Estado se apropió como estructura de algo que es de todos. En esa tensión me parece que están sucediendo las cosas en Europa. Eso plantea un problema más general que es el problema entre los movimientos y los Estados, los gobiernos. Pienso que hay experiencias políticas en las que los Estados aceptaron dejarse atravesar por los movimientos, aceptaron escucharlos, no integrarlos necesariamente, no de absorberlos necesariamente, sino de dialogar en forma permanente y hacerlos convertir en el motor de la reflexión del Estado. E inversamente, los movimientos aceptaron dialogar con estructuras institucionales. En esta dialéctica entre Estado constituido y movimientos constituyentes pienso que hay un nuevo paradigma de la democracia posible. No sé muy bien cómo puede organizarse, pero pienso que puede organizarse. En 2009, al comienzo del segundo gobierno de Evo en Bolivia nos habían invitado a asistir al proceso constituyente y fue apasionante. Estuvo lleno de problemas, de ambigüedades, de complicaciones, por supuesto. Y esas ambigüedades son aún más grandes hoy, no es simple, pero lo apasionante era la idea de que un gobierno constituido lanzaba una Constituyente que integraba movimientos -movimientos sindicales, movimientos indígenas, movimientos de mujeres, movimientos de campesinos, urbanos- y hacía de esos movimientos el motor de la reforma de la constitución. Y para nosotros que simplemente asistíamos, éramos espectadores fue apasionante ver cómo un gobierno se dejaba atravesar, cómo un poder constituido se dejaba atravesar por una instancia constituyente. Fue asumir un riesgo enorme, un acto de coraje fantástico. Era también una esperanza para la democracia pero es complicado de organizar.
Jean Baudrillard escribió: "Olvidar a Foucault". ¿Qué le parece esa idea? ¿Ha sido abandonada?
Depende de lo que se entienda por ‘olvidar’. Si por olvidar se refiere a no hacer de Foucault un autor académico, estoy de acuerdo. Si por olvidar quiere decir no utilizar a Foucault hoy no estoy de acuerdo. No estoy de acuerdo por una razón muy simple y es que nunca pensé que Foucault decía la verdad, que producía verdades absolutas. Siempre pensé que Foucault producía preguntas y que esas preguntas exigían ser abordadas nuevamente en épocas y lugares que no eran los de Foucault. El año próximo se conmemora el aniversario de los 30 años de la muerte de Foucault. Es evidente que entre 1984 y 2014 el mundo cambió. Tenemos la globalización, el fin del Este-Oeste, la caída del Muro de Berlín, la crisis económica, el despertar de los continentes emergentes, América Latina, China, India, etc. Todo el mundo cambió. Y al mismo tiempo pienso que las preguntas que planteaba Foucault siguen siendo válidas hoy. Esas preguntas son: no se puede pensar la necesidad de la liberación, la resistencia al poder, etcétera si no se hace antes la cartografía de las relaciones de poder en los que se está encerrado. Por ende: sea usted siempre el cartógrafo de su presente, mire a su alrededor, lea el diario. Eso es muy lindo –Hegel decía el diario es la oración de la mañana. Pero pienso que la lectura del diario como el primer gesto del filósofo. Mire el mundo a su alrededor, trate de ver cómo funciona. Si no hace ese trabajo es inútil pensar cuestiones como: ¿qué es la libertad? ¿Qué hay que resistir?  La segunda cosa, que es la idea fundamental de Foucault es: sean cuales fueren las relaciones de poder en las que usted se encuentre, siempre hay libertad. Y esa libertad corresponde a lo que usted puede hacer por sí mismo. Trabajar uno mismo sobre sí mismo –lo que Foucault llama subjetivarse –el trabajo de sí mismo sobre sí mismo o sobre los otros- la relación con los otros es algo que nunca nos pueden quitar, y ese trabajo produce varios efectos, Primero usted se transforma a sí mismo y usted es el único que puede hacerlo y eso es un acto de libertad. Y, segundo: no sólo usted se transforma a sí mismo y transforma las relaciones con los otros, sino que puede producir nuevos modos de vida, encontrar una manera de comportarse y existir y a nivel político, nuevas maneras de construir, de agenciar la manera en que vivimos todos juntos. La política no es más que eso. La política es la forma en que vivimos juntos. Finalmente, dice Foucault, cualesquiera que sean las relaciones de poder, esas relaciones nunca están saturadas, siempre existe la posibilidad de transformarse a sí mismo y de transformar la relación con los otros y plantearse el problema de la organización, de la forma de la organización nueva de la vida todos juntos. Y eso se llama política. Y creo que esa idea sigue siendo válida aún hoy aunque el mundo haya cambiado y aunque Foucault se haya equivocado y haya dicho cosas que no debió decir. Eso no es importante. No es el problema.
Usted es filósofa. Me imagino que tiene muchas preguntas. ¿Dónde encuentra las respuestas? Por ejemplo, en el mundo del arte, la literatura, la música…
Depende. Yo no conocí personalmente a Foucault. Empecé a trabajar en él después de su muerte, pero creo que la lección de Foucault es interesante porque es alguien que trabaja sobre la literatura, sobre las ciencias humanas, que trabaja mucho con los historiadores, pero también en los archivos, y que trabaja también con militantes, pero también en contacto con músicos, fue compañero de Jean Barraqué, fue muy amigo de Pierre Boulez y creo que multiplicó las relaciones con el mundo y que finalmente eso construye una figura de filósofo que no es en absoluto una figura de filósofo en la torre de marfil sino que es la figura de un hombre o una mujer que hace preguntas y escucha. Y que escucha los ruidos del mundo, vengan de donde vengan. Creo que puede venir del discurso universitario como puede venir del discurso de los artistas, como puede venir del discurso de la gente en la calle, puede venir de fuentes muy diferentes. Es interesante porque esto propone otra figura del filósofo y en líneas más generales otra figura del intelectual. El intelectual no es el que habla en lugar de los otros, no es el que dice las verdades en lugar de los otros, es quien escucha y habla con uno en lugar del otro. Y pienso que Foucault fue el primero en romper con ese modelo del intelectual orgánico, comprometido, de tipo Jean-Paul Sartre, que se representaba como el portavoz, el que hablaba en lugar de otros porque era el intelectual universal. Foucault dice que él no es un intelectual universal, es intelectual profesor en el Collège de France en un lugar preciso pero escucha y habla con todo el mundo. Y pone al servicio de los otros su propia posición institucional, que es una pequeña posición de poder también, y eso permite a veces hacer oír con más fuerza la voz de los otros, pero nunca habla en lugar de los otros. Pienso que un filósofo hoy debe escuchar lo que dice la literatura, escuchar lo que dice el cine, etc. pero debe negarse a hablar en lugar de los otros.
¿Usted es francesa, franco-italiana, europea…?
Soy francesa por mis documentos de identidad pero mis abuelos se naturalizaron. A veces me pasa que me piden los certificados de naturalización de mis abuelos. Yo tengo un abuelo irlandés, una abuela pied-noir de Argelia y dos otros abuelos judíos de origen alemán. Es mucha mezcla. Y me siento muy orgullosa de eso. Me siento muy orgullosa porque lo que me construyó es una circulación de lenguas, de cultura, de identidades, lo que me construyó es la idea de una diáspora que no fue vivida como una condena sino de una diáspora vivida como una suerte de enriquecimiento permanente. Vemos eso de una manera muy emotiva en los años 30 leyendo la correspondencia entre Walter Benjamin y Scholem. Scholem ya está en Palestina y le dice a Benjamin cuando el nazismo ya está ascendiendo, en el 35-36: vení a Jerusalén, podrás trabajar en la biblioteca, etc. Escapá, vení acá y Benjamin le dice: no, porque nunca podré hablar un solo idioma y ser un hombre de un solo país. Yo soy hombre de todos los idiomas y todos los países. Y es realmente esa reivindicación de la circulación, el melting-pot, como afirmación de la construcción de sí mismo, como un devenir siempre diferente, y como rechazo de un anclaje. Es algo que sigue conmoviéndome hoy. Pienso que Europa podría ser eso, es decir ese espacio enorme de libertad de los pueblos, finalmente liberados de esa cosa que le hizo tanto mal a Europa y que es la identidad nacional. Sé muy bien que en América Latina y Europa no se tiene la misma manera de considerar la nación, la identidad nacional, y el vínculo entre el pueblo y la nación. Pero vengo de un lugar del mundo donde en nombre de las identidades nacionales, en nombre de los nacionalismos se hicieron dos guerras mundiales y en cada una 50 millones de muertos. Y no ha terminado, porque la situación en los Balcanes, la guerra de ex Yugoslavia dura desde hace 15 años y los hombres se mataron entre sí en nombre de las identidades nacionales, de fronteras, cuando habían sido los mismos y habían vivido durante siglos. Para toda una parte de los europeos, el proyecto europeo propiamente dicho fue construido en los años Cincuenta, Europa era la esperanza de acabar con los nacionalismos y con las guerras nacionales. Desde ese punto de vista soy profundamente europea. Después, culturalmente estoy por supuesto muy apegada a Francia y a Italia pero Italia es un país de emigrados. Los italianos son gente que recorrió el mundo, que volvió, que mezcló. Aquí entiendo muy bien el español en Argentina, es maravilloso porque tengo la sensación de que se parece a inflexiones que escucho en Italia. Los italianos son ese pueblo. La Francia ha sido construida por oleadas de inmigraciones sucesivas y pienso que no es casual que yo me identifique con dos países, uno con una gran cantidad de emigración, el otro con una gran cantidad de inmigración porque son países que aceptaron abrir sus identidades a otra cosa.
Y para terminar, ¿cuál es el lugar de la utopía actualmente?
La utopía etimológicamente, utopos, es un lugar que no existe. No me interesan demasiado las utopías. Me interesa más el proyecto de la reinvención aquí y ahora, o sea en este mundo, en ese lugar, en este topos, de otras maneras de organizar la vida de los hombres y las mujeres juntos. O sea, no proyectar a un lugar y un tiempo no calificados hacia adelante proyectos de vida mejores –porque esa es en definitiva la vieja idea del ideal revolucionario: más tarde. Yo creo que al “más tarde”, en primer lugar, nunca se llega, porque el más tarde siempre se posterga y además legitima los horrores y las atrocidades en el camino para llegar al más tarde. Es mucho más interesante decir aquí y ahora. Y para volver a su pregunta sobre los Indignados, Occupy, etc. creo que esos movimientos son interesantes porque no dicen: más tarde. Dicen: estamos aquí, nuestra vida es ahora, queremos una vida diferente.

 Fuente: Revista Ñ (Argentina). 23 de octubre del 2013.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Libro "El oficio del hombre". Grandes figuras de la razón crítica y la moral heroica: Edmund Husserl, Marc Bloch y George Orwell.

Los refractarios

PIEDRA DE TOQUE. Jorge Semprún, un símbolo de la lucha contra el conformismo, rindió homenaje a tres grandes figuras de la razón crítica y la moral heroica: Edmund Husserl, Marc Bloch y George Orwell.


Por: Mario Vargas Llosa (Premio nobel de literatura 2010)
Vine a Normandía con la intención de releer a Flaubert y visitar su pabellón de Croisset y los lugares que describió en Madame Bovary, pero en una librería del pintoresco y abigarrado puerto de Honfleur me encontré con un pequeño libro de Jorge Semprún, recién publicado en Francia, que me ha tenido toda la semana pensando en la irrupción del nazismo en el continente europeo, en la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, y en la conducta de ciertos intelectuales en aquellos años neurálgicos.
El libro se llama Le métier d’homme (El oficio del hombre) y contiene tres conferencias que dio Semprún en la Biblioteca Nacional de París los días 11, 13 y 15 de marzo de 2002. Probablemente las dictó sobre notas, las charlas fueron grabadas y lo que se ha publicado es una transcripción de esas grabaciones, pues el texto abunda en las repeticiones y vacilaciones típicas de una exposición dicha, no leída. Pero, aun así, estas páginas están llenas de sugestiones e ideas fascinantes que, lejos de contentarse con reminiscencias históricas o anécdotas, gravitan con fuerza sobre la crisis europea de los años cuarenta y la de nuestros días.
El libro es también un homenaje a un filósofo, Edmund Husserl, un historiador, Marc Bloch, y un escritor y periodista, George Orwell, que, en momentos de gran confusión y turbulencia ideológicas y políticas, tuvieron el coraje de adoptar tomas de posición refractarias a las de los gobiernos y la opinión pública de sus países y fueron capaces, valiéndose de una razón crítica y una moral heroica, de fijar unos objetivos cívicos y defender unos valores que a la larga terminarían por prevalecer sobre el oscurantismo, el fanatismo y el totalitarismo que desencadenaron la segunda conflagración mundial.
Edmund Husserl, padre de la fenomenología y maestro de Heidegger, a quien éste dedicaría su obra capital, Sein und Zeit (Ser y Tiempo), para retractarse luego de esta dedicatoria cuando comenzó a colaborar con el régimen nazi, pronunció una conferencia en Viena el 7 de mayo de 1935, en la que exhortaba a sus colegas intelectuales a enfrentarse “a la barbarie” y a mantener viva la gran tradición europea del espíritu crítico y la racionalidad sobre las puras pasiones y la conducta instintiva. Semprún destaca en esta conferencia, sobre todo, lo que llama “el patriotismo democrático” del filósofo, quien afirma categóricamente que el enemigo de la Europa civilizada no es el pueblo alemán sino Hitler y que, más pronto que tarde, Alemania deberá reintegrarse, una vez que gracias al federalismo opte por una resuelta vía democrática, a una Europa que habrá superado también el nacionalismo de orejeras y se habrá unificado, sin renunciar a su diversidad, en un régimen político y económico de carácter federal. Afirmaciones y predicciones de una lucidez visionaria que medio siglo más tarde confirmaría puntualmente la historia europea.
Enfrentarse a Gobiernos y opiniones públicas para defender valores cívicos exige un notable coraje
Cuando pronuncia esta conferencia Husserl tenía setenta y seis años y por ser judío, de acuerdo a las medidas antisemitas del nazismo, ya había sido despojado de todos sus derechos académicos. Pronto se vería obligado a refugiarse en el priorato benedictino de Sainte Lioba, donde moriría tres años después de aquella charla. Y de allí rescataría un sacerdote franciscano, el padre Herman Leo van Breda, las cuarenta mil páginas inéditas del filósofo que se las arreglaría para hacer llegar, sanas y salvas, a la Universidad de Lovaina.
Semprún, en páginas de gran sutileza, señala cómo en estos años hay intelectuales católicos, entre ellos Jacques Maritain, que, a diferencia de la extrema prudencia con la que el Vaticano encaraba la problemática nazi, se enfrentaron a los totalitarismos fascista y estalinista a la vez, denunciando con entereza sus semejanzas sustanciales por debajo de sus diferencias de superficie, una verdad escandalosa que se confirmaría no mucho después con el pacto Molotov-Von Ribbentrop, y el trauma que este acuerdo nazi-soviético causaría entre la intelectualidad progresista y comunista.
El segundo homenaje de este ensayo es al historiador Marc Bloch, fundador con Lucien Febvre de Annales, movimiento que renovaría y daría un impulso creativo notable a la investigación histórica en Francia. Marc Bloch, que había hecho la Primera Guerra Mundial —comenzó como soldado raso y terminó como capitán— se alistó también en la Segunda y fue un resistente activo, hasta que la Gestapo lo capturó y fusiló en 1944. Luego de la derrota del Ejército francés, Bloch escribe en apenas dos meses L’étrange défaite (Extraña derrota), de julio a septiembre de 1940, un libro impublicable entonces, que permanecería oculto hasta luego de la liberación. En él analiza, con extraordinaria serenidad y hondura, las razones por las que Francia se desmoronó tan fácilmente ante la embestida del ejército nazi. El análisis es implacable en su denuncia de la corrupción que venía socavando a la clase dirigente, a los partidos políticos, a los sindicatos, y cegando a los intelectuales. Pero, pese a la virulencia de la crítica, el ensayo no sucumbe al pesimismo. Por el contrario, destaca los sólidos recursos institucionales y culturales que sostienen a la tradición democrática francesa, exhorta a la nación a no rendirse a la barbarie totalitaria y a luchar no sólo para derrotar al nazismo sino para luego reconstruir la sociedad francesa sobre bases más decentes y más justas que las que provocaron la catástrofe. Al igual que en Husserl, Semprún subraya en la postura de Bloch su rechazo del nacionalismo, su vocación europeísta y la defensa de la racionalidad y el espíritu crítico.
La consecuencia y la limpieza moral son las claves del libro 'El oficio del hombre'
George Orwell es el tercer ejemplo de intelectual comprometido con la justicia y la verdad, que no teme enfrentarse al descrédito y a la impopularidad, al que Semprún exalta como un ejemplo. Se refiere, claro está, al periodista que se fue a pelear como voluntario en defensa de la República durante la Guerra Civil española en las filas del POUM y que en Homage to Catalonia (Homenaje a Cataluña) fue uno de los primeros en denunciar el exterminio de trotskistas y anarquistas ordenado por Stalin en el seno de las fuerzas republicanas. Pero destaca, sobre todo, su defensa del “patriotismo democrático” con que exhortó a sus compatriotas a enfrentarse a Hitler y al nazismo, a la vez que criticaba con dureza el colonialismo inglés y exigía que el gobierno de Gran Bretaña asegurara la independencia de la India y las otras colonias del imperio una vez terminada la contienda.
Semprún estudia con detalle un ensayo poco conocido de Orwell, The Lion and the Unicorn (El león y el unicornio), donde aparece su célebre frase: “Inglaterra es un país de buena gente con los tipos equivocados en el control”. Y recuerda que, pese a la utilización que hizo siempre la derecha de sus críticas a la URSS y al comunismo, sobre todo en sus parábolas novelísticas Animal Farm (Rebelión en la granja) y 1984,Orwell se consideró siempre un hombre de izquierda, un socialista convencido de que el verdadero socialismo era de irrenunciable entraña democrática, defensor del espíritu crítico y de la libertad intelectual, para él valores inseparables de la lucha por la justicia social.
Es imposible no leer este pequeño y hermoso libro sin pensar que Jorge Semprún perteneció a esta misma tradición de pensadores y escritores refractarios al conformismo y a la complacencia a los que dedicó estas tres conferencias. Él también consideró siempre que el quehacer intelectual —aquí confiesa que su verdadera vocación fue ser un “filósofo profesional” aunque la guerra y su militancia lo enrumbaran por otro camino— era inseparable de una acción cívica, y tuvo el coraje de criticar y apartarse del Partido Comunista en el que había militado toda su vida, en los puestos de mayor riesgo, cuando se convenció de que aquella militancia era incompatible con aquel espíritu crítico y el patriotismo democrático que encarnaron intelectuales como Husserl, Bloch y Orwell. Pero aquella ruptura no lo apartó de los ideales de su juventud. Por ser leal a ellos estuvo en la Resistencia, en el campo de concentración de Buchenwald, de clandestino en la España franquista, y fue luego el intelectual refractario con la misma consecuencia y limpieza moral que él celebra en los tres maestros a los que dedica este libro estimulante.
Fuente: Diario El País. 08 de septiembre el 2013.

sábado, 27 de julio de 2013

Reflexión sobre el etnocentrismo y los parámetros para juzgar a las culturas.

¿Bajo qué lente se juzga la cultura?

Desde que el pionero E.B.Tylor acuñó su definición de “cultura” en 1871, el término no ha dejado de redefinirse. Pero quizás, sostiene esta nota, resulta más crucial interrogarse por los propios puntos de vista, que establecen qué estamos dispuestos a negociar con otra cultura.

Por: Marcelo Pisarro
El niño tiene tres años y una grave afección cardíaca. Necesita una intervención quirúrgica en un centro asistencial de alta complejidad de la ciudad capital. Sin esa intervención, el chico morirá; con la operación, acaso tenga alguna chance. Este niño pertenece a una comunidad indígena de una zona fronteriza del estado-nación. Los padres –en la ciudad capital, por su edad, serían apenas unos adolescentes– consultan al cacique sobre la conveniencia de la cirugía. El cacique la desaconseja y decide que los rezadores de la comunidad se encarguen de la sanación del niño. Aunque el menor es trasladado al hospital por la fuerza pública, los padres se niegan a firmar el consentimiento para la operación. El Estado interviene. Decide priorizar el derecho que asiste a todo niño en relación al cuidado de su salud por sobre otros derechos referidos al respeto de su identidad cultural. Una ONG apela la decisión judicial y la cirugía se pospone. El chico empeora. Finalmente trabajadores sociales, sacerdotes y cuerpo médico persuaden a los padres de la urgencia de la práctica quirúrgica. La intervención se realiza, pero ya ha pasado demasiado tiempo. El niño muere días después. El cacique responsabiliza a la “medicina occidental”. La ONG habla de colonialismo e imperialismo cultural, de atropello a las costumbres nativas. La comunidad indígena lamenta que uno de los suyos falleciera lejos de casa y que no se hayan podido consumar los ritos de pasaje entre esta vida y la otra vida. Para ellos, no hay muerte, pero el niño ha quedado varado entre dos mundos.
Casos con este argumento esquematizado se han vuelto moneda corriente en las discusiones públicas del continente americano. Sus participantes son personas que efectivamente están atrapadas entre dos o más mundos, o mejor aún, que están atrapadas entre distintas culturas. Sólo que ahora casi cualquiera que haya leído las noticias del día sabe que también uno, en menor o mayor grado, es un sujeto atrapado entre culturas. Que se encontrará más implicado en unas que en otras, pero que aquellas culturas que puedan parecerle extrañas o ajenas tienen también su mérito y resultan naturalísimas para las personas que se identifican con ellas.
A esta posición se la suele llamar “relativismo cultural” y con diferentes nombres (“inclusión”, “tolerancia”, “diálogo cultural”) se la impulsa en las escuelas, en los programas televisivos de variedades, en los conciertos de rock y en las iniciativas de Estado. Su emergencia moderna suele localizarse en la antropología estadounidense de las primeras décadas del siglo XX, concretamente en los trabajos de Franz Boas y de sus discípulos. Por entonces era una respuesta ante el etnocentrismo occidental –que, cuando Boas enviaba a sus alumnos a parajes remotos, adoptaba la forma de un racismo rampante–, pero también una herramienta metodológica y heurística para la investigación etnográfica. Luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando los hornos de los campos de concentración nazis todavía estaban humeantes y se insinuaban las primeras luchas por la descolonización, el relativismo cultural dejó de ser una herramienta académica para convertirse en una doctrina filosófica, en el programa político de la Unesco: todas las culturas son iguales a pesar de sus diferencias, todos los sistemas de valores, aunque sean distintos, son igualmente legítimos. Es decir que lo que se enseña como relativismo cultural es un relativismo moral, y en última instancia, no se trata más que de acomodar etiquetas bienintencionadas que pugnan por convertirse en buenas categorías para pensar. No siempre lo logran.

¿Juzgar las culturas?

En general hay tres elementos que se prestan a confusión. El primero es la identificación de uno con su propia cultura; el segundo es la comprensión de aquél que tiene otra cultura; el tercero, los parámetros a través de los cuales juzgamos todas estas culturas. Poco importa ahora cómo se defina “cultura”. Hace cuarenta años, cuando publicó su libro La interpretación de las culturas , el antropólogo Clifford Geertz dijo que ese “todo sumamente complejo” del que se había servido el pionero E. B. Tylor en 1871 para definir “cultura” oscurecía más de lo que aclaraba. Que había tantas definiciones de la cultura como personas que se dedicaban a estudiarla; que “el eclecticismo es contraproducente no porque haya únicamente una dirección en la que resulta útil moverse, sino porque justamente hay muchas y es necesario elegir entre ellas”.
En la vida cotidiana no suele ser necesaria la elección. Todos parecemos entender qué es una cultura y la idea que nos hacemos de ella no difiere mucho del “todo sumamente complejo” del evolucionista Tylor. Esas culturas pueden ser descriptas de manera aceptablemente objetiva, por más paladas de tierra epistemológica que se hayan arrojado sobre la objetividad. Esas gentes creen en esto, comen aquello otro, bailan estos bailes, cantan estas canciones, se aparean según estas reglas, se identifican con tal derrotero histórico y se autorretratan de tal manera. Sin embargo, alertó el semiólogo Umberto Eco, una cosa es decir que algo es una cultura y otra distinta decir sobre la base de qué parámetros la juzgamos. Cuando se establecen parámetros, entonces se está en posición de afirmar que, para alguien, una cultura es superior a otra, que no todas son iguales, ni tampoco deseables; y además, también es posible sostener que algunos sistemas de valores son –para alguien– mejores o peores que otros. Si se considera que la posibilidad de curar a un niño con una afección cardíaca severa es un valor, si se toma ese parámetro, entonces una cultura de operaciones quirúrgicas es superior a una cultura de rezadores. ¿Consideramos que la vida de un niño es más importante que los usos y las creencias de su comunidad? ¿O pensamos que es más importante que la comunidad mantenga esos usos y esas creencias aunque cuesten la vida de un niño? Son preguntas que nos obligan a reflexionar no tanto sobre los parámetros de otras culturas sino sobre los propios. Todas las culturas y todos los sistemas de valor son legítimos, ahora, ¿también las culturas que ponen a las mujeres adúlteras en un pozo y las matan a piedrazos? “Reflexionar acerca de nuestros parámetros –insistía Eco– también significa decidir que estamos dispuestos a tolerar todo, pero que para nosotros algunas cosas son intolerables”.
Hay una tensión entre lo aceptado y lo inaceptable. Entre lo tolerable y lo intolerable. Por eso predominan en nuestra habla cotidiana términos como “multiculturalismo”, “interculturalidad”, “hibridación cultural”, “pluriculturalismo” o “asimilación cultural”, nociones que expresan alguna clase de negociación. Las culturas no son cosas fijas e inmutables. No se ajustan con precisión a los estados-nación, ni a las arbitrariedades geopolíticas de los mapas, ni a los condicionamientos de clase, etnia o casta. Que haya sujetos atrapados entre culturas quiere decir que hay sujetos en movimiento, en tránsito, que intercambian sus ropas y a veces sus disfraces. La migración, el turismo, los viajes forzados (por guerras, persecuciones religiosas o étnicas, por hambrunas y crisis económicas), la circulación en el espacio y el desplazamiento entre los símbolos, los lenguajes cambiantes, los devaneos entre los centros y las periferias, todo esto debe recordarnos que las culturas –cualquier cosa que sean “las culturas”– no son entes estancos, inequívocos y bien delimitados. No se adecuan con exactitud a la fórmula: un territorio (igual) un espacio social (igual) una cultura.
No obstante, todavía se mantiene una perspectiva fuertemente cartográfica de la cultura. Cada una se presenta como un ente segmentado, circunscripto y orientado hacia su propio eje, estructurado por historias nacionales, sentidos regionales y arraigos locales. Las culturas se colorean con precisión en los mapas; son bolas de billar que se chocan entre sí y generan fricción y desgaste. Pero también –al mismo tiempo, en simultáneo– son actores trágicos de un destino signado por la homogenización y la pérdida, por la desaparición, pues esas culturas ceñidas se asumen como autenticidades en peligro, siempre amenazadas, siempre imposibilitadas de inventar sus propios futuros. Hay que elegir entre totalidades, y luego, vincularlas entre sí; por fin, evitar que se licuen en un magma uniforme.
Y de nuevo la importancia de interrogarse sobre los parámetros. Juzgar una cultura como “todo sumamente complejo” a través de unos pocos parámetros es un camino directo hacia el etnocentrismo o hacia algo peor. La idea de cultura como totalidad esencial, antes que un dispositivo relacional y circunstancial, es incorrecta en el mejor de los casos y peligrosa en el peor de ellos. La comprensión de la diferencia comienza con la aceptación de que nuestros parámetros pueden estar equivocados; que, aunque sean legítimos, no alcanzan para juzgar una cultura como totalidad pues “una cultura como totalidad” es apenas una ficción metodológica. Y por último, que una intervención quirúrgica puede convivir perfectamente con los rezadores que mantienen las cuentas claras con los dioses y con la tradición. Tal como convive con sacerdotes católicos y amuletos para la buena suerte.
Fuente: Revista Ñ (Clarín). 26 de julio del 2013.

sábado, 6 de julio de 2013

Maquiavelo y la apología de la guerra como medio para lograr riqueza y grandeza.

Las manos sucias de Maquiavelo

Algunos historiadores presentan erróneamente al pensador como abanderado de la libertad y fundador del republicanismo moderno. En su obra hay una apología de la guerra como medio para lograr riqueza y grandeza.


Por: María José Villaverde. Catedrática de Ciencia Política de la UCM.
Ese personaje burlón, irreverente, bon vivant, mujeriego, que nos retrató Santi di Tito, de frente ancha, pómulos salientes y labios finos, ojos pequeños y vivaces y mirada huidiza, vestido de suntuoso ropaje negro y granate en su condición de servidor de la República de Florencia, ha encarnado durante siglos la amoralidad y ha sido catalogado como maestro de insidias y de manipulación. Para hacerle justicia, habría que recordar a quienes contribuyeron a trazar tan poco halagüeño retrato que el florentino fue solo responsable de desvelar las prácticas políticas que imperaban en la Europa de comienzos de la modernidad, eso sí, con más finura, perspicacia y clarividencia que la mayoría de sus contemporáneos. ¿O fue culpable de algo más?
Maquiavelo escribió El Príncipe hace 500 años (aunque no fue publicado hasta 1532, después de su muerte), confinado en su casa de campo a poca distancia de Florencia. A raíz de la caída de la República y de la vuelta al poder de los Médicis, en 1512, había sido destituido de su cargo de secretario de la Segunda Cancillería, un golpe del que no se recuperaría jamás. Pues si alguien aborrecía la "excelsa" vida contemplativa, tan alabada por otra parte por el Renacimiento, ése era él, un hombre abocado a la acción. Desde su casa de Sant'Andrea in Percussina, soñaba con regresar a la actividad diplomática y volver a los entresijos de la política europea y a los pasillos de las cortes de Francisco I, el emperador Maximiliano, el Papa Julio II, César Borgia o Catalina Sforza. Se resistía a aceptar un destino que le alejaba del Palazzo Vecchio y rumiaba, desde los Orti Oricellari, los jardines propiedad de Cosimo Rucellai donde conspiraban los tertulianos republicanos, su vuelta a la política activa.
Se ha otorgado injustamente a El Príncipe el título de opus magnum, olvidando que es en los Discursos sobre la primera década de Tito Liviodonde Maquiavelo pone negro sobre blanco su modelo republicano. Y, erróneamente, historiadores reconvertidos en ideólogos (Skinner, Viroli) han tratado de convertirle en abanderado de la libertad y fundador del republicanismo moderno. Aducen la vigencia de su ideal del vivere civile e libero, es decir, su apología de la participación política y del compromiso cívico, que puede servir hoy de alternativa a la apatía política y al desinterés ciudadano imperantes en nuestras democracias liberales. Pero el personaje se resiste a que le aprisionen en esa camisa de fuerza. Porque libertad (moderna) en Maquiavelo hay poca y lo que refleja su obra es una vuelta al patriotismo grecorromano. Lo que El Príncipe enseña al gobernante es cómo adaptarse a las circunstancias para conservar su poder (legítimo o ilegítimo), por medios lícitos o ilícitos. Y lo que los Discorsi alegan es que todo está permitido (incluso el crimen) por el bien de la patria. Poco que ver con nuestras concepciones democráticas.

‘El Príncipe’ enseña a adaptarse para conservar el poder, legítimo o no, por medios lícitos o ilícitos
La ética de Maquiavelo es el reverso de la ética cristiana. Y las virtudes que ensalza (ambición, crueldad, engaño y mentira), la cruz de las recomendadas en los espejos para príncipes de la época: honradez, justicia, benevolencia. Para sus seguidores personifica el realismo que se revuelve contra la ceguera de los perseguidores de sueños, de los nostálgicos de ideales imposibles, de los incapaces de comprender el dilema que atenaza al estadista y al que solo puede hacer frente aceptando la crudeza de la realidad.
Sus detractores le acusan de prescindir de cualquier tipo de sentimiento humanitario y de "encallecimiento moral". Pero, seamos justos, a pesar de su aparente falta de escrúpulos y de su laxa moral, sí hay valores en Maquiavelo, valores republicanos, es decir, valores colectivos. Porque lo que busca con ahínco el secretario florentino es la grandeza de Florencia y su transformación en una de las grandes potencias del tablero europeo. ¿Es un delito perseguir el interés general? preguntarán sus partidarios. Desde luego, si para ello se sacrifica a los ciudadanos, se exacerba el patriotismo y se glorifica la guerra. Pues Maquiavelo aconseja al gobernante mantener a los ciudadanos en la pobreza para que, no teniendo nada que perder, luchen hasta la última gota de sangre por la república. Su exaltado patriotismo recuerda al "dulce es morir por la patria" que cantara Horacio y que el poeta y militar Wilfred Owen, combatiente en la Primera Guerra mundial, denunció como la "vieja mentira". Pero también hay en las principales obras de Maquiavelo una apología de la guerra, no solo defensiva sino "expansionista", como medio de proporcionar grandeza y riqueza a la República y dotar de cohesión a la colectividad.
Y no nos confundamos cuando habla de virtú, uno de sus términos más controvertidos. Hanna Pitkin ha denunciado que la lucha de la virtúmaquiaveliana para doblegar a la fortuna, revestida de rasgos femeninos y seducida por la virilidad, la osadía y demás cualidades pretendidamente masculinas, es una intolerable muestra de machismo, excluyente y brutal. Y que su uso de la fuerza y de la violencia podría considerarse "proto-fascista". Y Mansfield asegura que el recurso a la violencia es el eje de su política.

Con todo el respeto por los republicanos actuales, no creo que Maquiavelo sea hoy el ejemplo a seguir
Pero por lo general, los historiadores se muestran más conciliadores y justifican la virtú maquiaveliana, ese deseo de controlar el mundo, de someter al enemigo, y de aplastar a los que se oponen a nuestros fines, como puro ejercicio de supervivencia. Al elevar a paradigma de conducta la fiereza del león y la astucia del zorro, Maquiavelo no haría sino describir las opciones de la resistencia y recomendar el valor, el arrojo, el aguante del fajador para encajar los golpes de la fortuna. Sería la respuesta a una época -la incipiente modernidad-, donde imperaban la ambición, el apetito de poder, el ansia de dominación y el deseo desenfrenado de riquezas, rasgos que anticipan ya la descarnada descripción hobbesiana de nuestro mundo moderno.
En cualquier caso y con todo mi respeto por los republicanos actuales, no me parece que Maquiavelo sea hoy el ejemplo a seguir. Es cierto que Sartre, ante el gran dilema que nos plantea la acción política, nos recomendaba orillar los escrúpulos morales y mancharnos las manos en la arena política. Y nuestros coetáneos republicanos insisten en que ése es el precio a pagar por vivir en comunidad, pues no es posible la vida "al margen, por encima o más allá de la ciudad" y no podemos eludir sus exigencias ni escabullirnos ante nuestras responsabilidades (Del Águila). Si queremos una vida "verdaderamente humana" (Arendt), tendremos que aceptar los costes del vivere civile e libero maquiaveliano que son el dolor, la crueldad, la violencia y la transgresión, es decir, vivir con las manos manchadas. Pero sí que hay otras alternativas. Una es dar la espalda al mundo de la política y sus ruindades, como nos aconsejaba Sócrates (y los epicúreos) si nuestro horizonte es alcanzar la perfección moral. Huir del fragor del mundo, como los ascetas o los monjes de clausura, o ir en pos del conocimiento como Spinoza, o entregarnos a lo social, al voluntariado. Todas son opciones tan respetables como la cívica. Pero también caben otras vías sin desviarnos de la vita activa. La tradición estoica encarnada por Cicerón enseña que no todo está permitido por el bien de la república y que existen barreras éticas infranqueables (los "derechos de la humanidad") en la actuación política. Hoy estas líneas rojas son los derechos individuales. Tal vez sea ésa la enseñanza en negativo más valiosa que nos puede aportar el florentino.
Fuente: Diario El País. 21 de mayo del 2013.

Artículo recomendado: Quinientos años manipulando los hilos del poder.

martes, 11 de junio de 2013

Los intelectuales frente al sistema capitalista.

INTELECTUALES Y CAPITALISMO


Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)

En enero de 1998, el reconocido filósofo estadounidense Robert Nozick publicó un breve artículo titulado “¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?” En las últimas semanas, ese texto ha sido discutido en el Perú, lo cual es valioso en sí mismo, pues rara vez se debaten mediáticamente las tesis de un intelectual del calibre del autor de “Anarquía, Estado y utopía”, un clásico de la filosofía política. Pero, ¿qué sostiene Nozick en ese artículo? Vamos a intentar diseccionar sus tesis, respetando la propuesta global. Dice su autor:

(i) Los intelectuales (académicos, escritores, periodistas y otros) suelen ser críticos del capitalismo y normalmente se encuentran hacia la izquierda en el espectro político. La proporción de intelectuales adversos al capitalismo es significativamente mayor que la de otros grupos socioeconómicos de similar status.

(ii) Los intelectuales se perciben a sí mismos como de mayor valor que otros grupos sociales. Adicionalmente, los sistemas educativos premian a los jóvenes intelectualmente más hábiles, lo cual refuerza su auto percepción de valor. Sin embargo, el capitalismo no siempre premia a la gente por sus habilidades intelectuales ni por su valor personal, sino por su “valor de mercado”, es decir, por su capacidad para servir a los deseos de los demás. Eso genera un cierto resentimiento de los intelectuales hacia la economía de mercado.

Conclusión: Mientras más meritocrático, en términos de habilidad intelectual, sea el sistema educativo de un país, más críticos serán los intelectuales de ese país respecto de un sistema económico que tenga otros criterios de distribución.

Nozick no sostiene, necesariamente, que deban modificarse los criterios meritocráticos de los sistemas educativos, solo presenta lo que a él le parece una cuestión de hecho. Pero aunque su propuesta es interesante, se pueden formular algunos contraargumentos.

(1) Es posible estar de acuerdo con todas las premisas, pero no se sigue que esas sean las únicas razones, ni las más importantes, por las que los intelectuales se oponen al capitalismo. La tesis de fondo del autor es que lo que mueve a los intelectuales, en su cuestionamiento de los sistemas políticos en los que viven, es el resentimiento. Eso puede ser cierto, pero es una tesis psicológica difícil de probar y sería necesario demostrarla para que la tesis global tenga verdadero peso. Adicionalmente, no es cierto que la mayoría de los intelectuales mida el éxito en términos de mercado, si lo fuera no habrían elegido esa profesión, en primer lugar.

(2) Hay otra opción no considerada por Nozick, que es intuitivamente más confiable y más fácil de demostrar: los intelectuales han sido entrenados profesionalmente para ser particularmente cuestionadores de lo que ven, oyen y leen. Eso hace que sean más críticos, respecto de todo, que el promedio de los otros grupos sociales. Son más críticos acerca de la literatura y las artes que ellos mismos producen. También lo son respecto de la cultura de masas, entretenimiento y medios de prensa. No es sorprendente, por tanto, que lo sean también acerca de la sociedad en la que viven, sea esta capitalista o comunista.

(3) El cuestionamiento de los intelectuales al capitalismo y al comunismo no es gratuito, como lo evidencia el colapso de la Unión Soviética y el hecho de que al día de hoy hay millones de personas desempleadas y pasando miseria en los países más ricos del mundo. Que los intelectuales señalen los defectos de esos sistemas solo es una prueba de lucidez, que además puede ser constructiva. De hecho, casi todos los movimientos de reivindicación de los derechos sociales comenzaron como alguna forma de utopía intelectual antes que se tradujeran a la práctica. Sin críticos profesionales de la sociedad no habría auto reflexión de la humanidad ni progreso moral, solo conformismo, resignación y autocomplacencia.

(4) Es discutible que las tesis de Nozick se puedan transferir al Perú. De hecho, no es verdad que nuestros intelectuales más importantes sean los más críticos del capitalismo, especialmente si uno toma en cuenta a nuestro premio Nobel y a buena parte del periodismo y la academia. Tampoco me resulta claro que el sistema educativo peruano sea verdaderamente meritocrático. Menos aún me parece cierto que quienes más éxito económico tienen en nuestro país sean las personas con más talento para participar en el mercado. En el Perú, hay ancestrales obstáculos socioeconómicos para la movilidad social que no existen, o que son diferentes, a los que se dan en EE.UU.

¿Qué se infiere, entonces, de todo esto? Sin duda, no se deduce que debamos abandonar un sistema intelectualmente meritocrático que, además, no está claro tengamos. Lo que sí se infiere, a mi juicio, es que nuestro sistema educativo debe ser más equitativo, para que quienes no tienen medios económicos puedan educarse y competir exitosamente en el mercado. También se sigue que el Estado tiene dos obligaciones fundamentales: primero, debe ser un instrumento activo de movilidad social, permitiendo que las personas más capaces (en los diversos aspectos) puedan acceder a una educación de calidad. Y segundo, debe fortalecer a las instituciones que cuestionan constructivamente a la sociedad, es decir a las instituciones que albergan a los intelectuales inconformes y levantiscos, pues es solo con su apoyo que la sociedad puede repensarse a sí misma concibiendo nuevas formas de mejorar.

La utopía de un mundo con intelectuales acríticos es la de una sociedad de burócratas del pensamiento, dóciles, sin imaginación y mansos ante el mercado. Esa no es mi utopía. Prefiero una sociedad de ciudadanos (sean o no intelectuales) que defiendan distintos puntos de vista gracias a la claridad de su pensamiento y a la fuerza de sus razones, algo que las buenas instituciones educativas tienen que fomentar de manera meritocrática. En esa sociedad, donde el mercado está presente pero no lo decide todo, el debate perspicaz sería cosa de todos los días, tanto en la academia y la administración pública, como en los medios. En esa utópica sociedad de ideas, la habilidad de mirar más allá de lo concreto (el poder efímero, los bienes febles, la banalidad mediática) sería un hábito incorporado en los jóvenes para que, como proponía Aristóteles, se convierta para ellos en una segunda naturaleza.

Fuente: Diario 16 (Perú). 06 de junio del 2013.

sábado, 13 de abril de 2013

Marc Augé: "Hay muchos Tiempos-muertos: los desempleos y los contratos de breve duración son algunas. Lo interesante es buscar a los Amos del Tiempo Muerto".

Marc Augé: “Vamos hacia un período de mucha violencia; nunca existió una Historia calma”

Entrevista con el pensador que creó el concepto de "no lugar" y que está de visita en la Argentina. 


Por: Juan José Mendoza
En los años 90, cuando se hizo célebre con el concepto de los No-Lugares, Marc Augé era un antropólogo que salía de las comunidades africanas y latinoamericanas con las que había convivido entre los años 60 y 80. Había estudiado a los Alladian en Costa de Marfil y a los indios Puré de Venezuela. Sus ideas en torno a la sobremodernidad (una era en la que el conocimiento, la tecnología de la comunicación y el mercado se aceleran) lo pusieron en el centro de los debates intelectuales. Utilizada para describir “lugares de tránsito” o “lugares para no-estar”, su noción de los No-Lugares sirvió para comprender los escenarios anónimos del capitalismo transnacional: desde los Aeropuertos a los Shoppings, pasando por las autopistas y los supermercados. Por estos días se encuentra en la Argentina para reunirse con investigadores y dictar una serie de conferencias. Y para presentar su último libro: Futuro. Recientemente editado en español, Augé rescata de la Historia la idea deFuturo. La desempolva para recuperar algunos de sus sentidos olvidados. Y para hacer notar que no es una idea pasada de moda, ni se trata de una idea acorralada por la pérdida de la perspectiva histórica en un mundo cada vez más hundido en el “presente perpetuo”. La idea de futuro parecía una idea antigua: “Habíamos tenido una idea de futuro. Una idea utopista en el Siglo XIX y una idea de liberación en el Siglo XX. Pero el Siglo XX ha sido también el fracaso respecto de los ideales del siglo XIX.”
–¿Cómo pensar el futuro después de esos fracasos?
]–Ha habido muchas mundializaciones en la Historia, pero la globalización es una idea nueva. Hay un efecto de saturación. Los medios de comunicación suponeninstantaneidad . Y sabemos que la última utopía fue también un fracaso. Aquella utopía de Fukuyama, la del Fin de la Historia, esa fábula de la democracia liberal. El problema es que hay dictaduras que están satisfechas con el mercado liberal. Por otro lado hay más desempleo y hay una diferencia cada vez más creciente entre los más ricos de los ricos y los más pobres de los pobres. Es decir que no hay ninguna realización de los ideales liberales. Así es que con el fracaso de las utopías del Siglo XIX y los problemas actuales tenemos miedo de imaginar el futuro.

Futuro podría ser pensado como la posibilidad de cuestionar la experiencia del No-Tiempo en la sociedad contemporánea: “El Espacio y el Tiempo son las dos dimensiones simbólicas necesarias para pensar la vida humana. Pero hoy hay muchos Tiempos-muertos: los desempleos y los contratos de breve duración son algunas de las muchas formas del tiempo muerto. Lo interesante es buscar a los Amos del Tiempo Muerto. Quien canta “Tiempo Muerto”, quien decide el desempleo o los contratos, distribuye las clases sociales.” A escala planetaria, Augé concibe una nueva disección de las clases sociales. Con una clase vinculada al poder, a la economía y al conocimiento ; una clase heterogénea pero conformada por seres que tienen una solidaridad entre sí. La segunda es la clase de los Consumidores Simples: “El Sistema necesita de esos consumidores sociales”. Y habría una tercera clase que es la de los Excluidos: los excluidos del conocimiento, de la economía y del poder: “Esta sociedad de clases es una sociedad global. En los países emergentes, como China o Brasil, la distancia entre los más ricos de los ricos y los más pobres de los pobres es muy grande. Y crece a nivel planetario el número de los excluidos. Y al revés, hay que decir que en los denominados “países subdesarrollados” hay ciertos polos de desarrollo del conocimiento que son semejantes a los de los países avanzados.”
–¿Cambió la idea de los No-lugares?
–Los no-lugares empíricos no existen en absoluto. De modo tal que lo que es un “no-lugar” para los unos, puede no serlo para los otros. El problema es con la comunicación. Los medios de comunicación dan la impresión de que son un mundo en sí, y no una metáfora del mundo. Hay jóvenes que viven a través de las pantallas y eso es preocupante en la medida en que es una generalización del no-lugar absoluto y de la no-relación. Creo que eso es un campo muy interesante para explorar y reflexionar: la exploración de esos otros mundos, como Internet por ejemplo. Se habla de que las redes sociales han hecho la revolución en los países árabes. Yo creo que no es el caso y estamos siendo prisioneros de una representación.

–Si en el “mundo globalizado” hay todavía clases sociales, eso significa que entonces todavía hay Historia.
–Sí. Hay diversas velocidades y diversos espacios. Pero la planetarización absoluta está del lado de la comunicación. Los medios de comunicación son más rápidos que la sociedad. Por otro lado la vida individual es muy breve comparada con la de las sociedades. De modo tal que hay una velocidad de la comunicación, hay una velocidad de la historia y hay una velocidad de la vida individual. Para los individuos, todo es utopía, porque morimos sin conocer el fin de la historia. Por el contrario, a nivel planetario y a nivel científico tenemos el sentimiento de que todavía estamos en el comienzo. Comenzamos a descubrir la infinitud del universo, millones de sistemas solares en la galaxia. La ciencia va a descubrir muchas cosas. Dentro de un siglo tendremos muchas sorpresas. Tenemos la vaga percepción de que hay algo que se nos escapa pero que es algo muy importante. Hay habitantes del planeta que están excluidos de esos conocimientos. Es la primera vez que hay diferencias tan grandes en la humanidad.

–A pesar de esta referencia a las ciencias, sus libros siempre remiten a a la literatura.
–Sí. Me parece que hay una unicidad de los saberes diversos. Es interesante conocer la reflexión literaria. Lo que me interesa en la literatura es que tiene una capacidad para hacer entender las cosas que no es tan habitual. La literatura hace una utilización atenta de la lengua, una utilización del tiempo y del espacio que me parece muy importante preservar.

–La antropología tiene hoy otros campos de aplicación: el de las comunidades virtuales por ejemplo.
–La evolución del mundo actual es algo que interesa al antropólogo para medir en un pequeño grupo los efectos de la globalización. Tenemos dos dificultades. La primera es que el contexto es siempre planetario finalmente. Es decir que debemos tomar en cuenta todo. Por otro lado, los medios de comunicación están cambiando las formas y los tipos de relaciones. Si el objeto es a la vez las relaciones y el contexto, los dos han cambiado. Pero aun así debemos tratar de entender lo que pasa.

–¿Luego de los genocidios hechos en nombre de la modernidad, realmente cree que la modernidad todavía debe ser conquistada?
–La modernidad es una lucha. La historia nunca fue un río tranquilo. Estoy convencido de que la historia no acabó. Es una buena noticia. Pero la otra noticia es que vamos hacia un período de mucha violencia. Nunca ha existido una Historia calma. Los conflictos son también globalizados. La escala misma ha cambiado. Tiene aspectos “glocales”, a la vez globales y locales. En el futuro tendremos muchas cosas que estudiar.

–Sus reflexiones en torno a la globalización o sus trabajos sobre comunidades africanas pueden dar la impresión de un Marc Augé alejado de América Latina. Sin embargo eso no es así.
–América Latina ha sido para mí una gran experiencia. Comenzó a fines de los años 80. Gracias a mis alumnos ciertamente. Pude conocer a los indios Ya-Ruro-Pumé de Venezuela y a un grupo de mujeres umbanda de los barrios de Belem, en Brasil. Para mí fue una experiencia que me ha fascinado. Además de las cuestiones humanas, está también la relación con el paisaje y la naturaleza. Lamento no estar más a menudo en América Latina.


FICHA
Marc Augé en Buenos Aires
"El antropólogo en el espacio social actual": organizada por la Universidad Nac. 3 de Febrero y el Centro Franco-Argentino de Altos Estudios. Hoy a las 17 en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Gratis.
Presentación de "Futuro": Hablará de su nuevo libro publicado por Adriana Hidalgo. El autor dialogará con la periodista y poeta Raquel Garzón. Mañana a las 19 en la librería Eterna Cadencia (Honduras 5574). Gratis.

"Vivir y pensar el siglo XXI": En el marco del ciclo del ministerio de Cultura porteño. Modera Pepe Eliaschev. Con inscripción previa (ceremonialcultura@buenosaires.gob.ar). El jueves a las 17.30 en Av. de Mayo 575.
Fuente: Revista Ñ (Diario Clarín, Argentina). 04 de diciembre del 2012.