INTELECTUALES Y CAPITALISMO
Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)
En enero de 1998, el reconocido filósofo estadounidense Robert Nozick publicó un breve artículo titulado “¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?” En las últimas semanas, ese texto ha sido discutido en el Perú, lo cual es valioso en sí mismo, pues rara vez se debaten mediáticamente las tesis de un intelectual del calibre del autor de “Anarquía, Estado y utopía”, un clásico de la filosofía política. Pero, ¿qué sostiene Nozick en ese artículo? Vamos a intentar diseccionar sus tesis, respetando la propuesta global. Dice su autor:
(i) Los intelectuales (académicos, escritores, periodistas y otros) suelen ser críticos del capitalismo y normalmente se encuentran hacia la izquierda en el espectro político. La proporción de intelectuales adversos al capitalismo es significativamente mayor que la de otros grupos socioeconómicos de similar status.
(ii) Los intelectuales se perciben a sí mismos como de mayor valor que otros grupos sociales. Adicionalmente, los sistemas educativos premian a los jóvenes intelectualmente más hábiles, lo cual refuerza su auto percepción de valor. Sin embargo, el capitalismo no siempre premia a la gente por sus habilidades intelectuales ni por su valor personal, sino por su “valor de mercado”, es decir, por su capacidad para servir a los deseos de los demás. Eso genera un cierto resentimiento de los intelectuales hacia la economía de mercado.
Conclusión: Mientras más meritocrático, en términos de habilidad intelectual, sea el sistema educativo de un país, más críticos serán los intelectuales de ese país respecto de un sistema económico que tenga otros criterios de distribución.
Nozick no sostiene, necesariamente, que deban modificarse los criterios meritocráticos de los sistemas educativos, solo presenta lo que a él le parece una cuestión de hecho. Pero aunque su propuesta es interesante, se pueden formular algunos contraargumentos.
(1) Es posible estar de acuerdo con todas las premisas, pero no se sigue que esas sean las únicas razones, ni las más importantes, por las que los intelectuales se oponen al capitalismo. La tesis de fondo del autor es que lo que mueve a los intelectuales, en su cuestionamiento de los sistemas políticos en los que viven, es el resentimiento. Eso puede ser cierto, pero es una tesis psicológica difícil de probar y sería necesario demostrarla para que la tesis global tenga verdadero peso. Adicionalmente, no es cierto que la mayoría de los intelectuales mida el éxito en términos de mercado, si lo fuera no habrían elegido esa profesión, en primer lugar.
(2) Hay otra opción no considerada por Nozick, que es intuitivamente más confiable y más fácil de demostrar: los intelectuales han sido entrenados profesionalmente para ser particularmente cuestionadores de lo que ven, oyen y leen. Eso hace que sean más críticos, respecto de todo, que el promedio de los otros grupos sociales. Son más críticos acerca de la literatura y las artes que ellos mismos producen. También lo son respecto de la cultura de masas, entretenimiento y medios de prensa. No es sorprendente, por tanto, que lo sean también acerca de la sociedad en la que viven, sea esta capitalista o comunista.
(3) El cuestionamiento de los intelectuales al capitalismo y al comunismo no es gratuito, como lo evidencia el colapso de la Unión Soviética y el hecho de que al día de hoy hay millones de personas desempleadas y pasando miseria en los países más ricos del mundo. Que los intelectuales señalen los defectos de esos sistemas solo es una prueba de lucidez, que además puede ser constructiva. De hecho, casi todos los movimientos de reivindicación de los derechos sociales comenzaron como alguna forma de utopía intelectual antes que se tradujeran a la práctica. Sin críticos profesionales de la sociedad no habría auto reflexión de la humanidad ni progreso moral, solo conformismo, resignación y autocomplacencia.
(4) Es discutible que las tesis de Nozick se puedan transferir al Perú. De hecho, no es verdad que nuestros intelectuales más importantes sean los más críticos del capitalismo, especialmente si uno toma en cuenta a nuestro premio Nobel y a buena parte del periodismo y la academia. Tampoco me resulta claro que el sistema educativo peruano sea verdaderamente meritocrático. Menos aún me parece cierto que quienes más éxito económico tienen en nuestro país sean las personas con más talento para participar en el mercado. En el Perú, hay ancestrales obstáculos socioeconómicos para la movilidad social que no existen, o que son diferentes, a los que se dan en EE.UU.
¿Qué se infiere, entonces, de todo esto? Sin duda, no se deduce que debamos abandonar un sistema intelectualmente meritocrático que, además, no está claro tengamos. Lo que sí se infiere, a mi juicio, es que nuestro sistema educativo debe ser más equitativo, para que quienes no tienen medios económicos puedan educarse y competir exitosamente en el mercado. También se sigue que el Estado tiene dos obligaciones fundamentales: primero, debe ser un instrumento activo de movilidad social, permitiendo que las personas más capaces (en los diversos aspectos) puedan acceder a una educación de calidad. Y segundo, debe fortalecer a las instituciones que cuestionan constructivamente a la sociedad, es decir a las instituciones que albergan a los intelectuales inconformes y levantiscos, pues es solo con su apoyo que la sociedad puede repensarse a sí misma concibiendo nuevas formas de mejorar.
La utopía de un mundo con intelectuales acríticos es la de una sociedad de burócratas del pensamiento, dóciles, sin imaginación y mansos ante el mercado. Esa no es mi utopía. Prefiero una sociedad de ciudadanos (sean o no intelectuales) que defiendan distintos puntos de vista gracias a la claridad de su pensamiento y a la fuerza de sus razones, algo que las buenas instituciones educativas tienen que fomentar de manera meritocrática. En esa sociedad, donde el mercado está presente pero no lo decide todo, el debate perspicaz sería cosa de todos los días, tanto en la academia y la administración pública, como en los medios. En esa utópica sociedad de ideas, la habilidad de mirar más allá de lo concreto (el poder efímero, los bienes febles, la banalidad mediática) sería un hábito incorporado en los jóvenes para que, como proponía Aristóteles, se convierta para ellos en una segunda naturaleza.
Fuente: Diario 16 (Perú). 06 de junio del 2013.